miércoles, 27 de agosto de 2008

LA DECREPITUD

LA DECREPITUD
(Dícese de la edad muy avanzada)


D. Segismundo era un añoso funcionario de alto nivel que vivía en una residencia de la Certera Edad. Un caballero cuya divisa siempre fueron los buenos modales y el honor. Casi un eco del pasado, lleno de dinero, pero ya sin ilusión alguna, que achacaba sus casi cien años a lo bien que había sabido dosificar sus emociones, ni excesivas ni ralas.

Siempre había proclamado desde su jubilación, una repetitiva e ingeniosa frase personal que era su catecismo: “voy a intentar descubrir lo que vivirá un Segismundo bien cuidado”.
Desde entonces, como había sido un organizador acostumbrado a liderar hombres, y ya que tenía tiempo, tomó con ahínco las riendas de su propia conservación.
Sabía que las tortugas disfrutaban de una larga vida e intuía que era debido a sus lentos movimientos, así es que decidió no hacer más ejercicio físico que el estrictamente indispensable. Y eso, unido a que todos los días leía a Nietzsche, como entusiasta que era del culto a la energía del espíritu, le permitía tener una cultura que le proporcionaba una armoniosa convivencia con los compañeros y hermanitas del centro. Él daba órdenes y los demás le obedecían complacidos. Y es que la herencia andaba de por medio.
Pero un buen día, y sin previo aviso, como si de un ataque de alergia se tratase, apareció en su cabeza una extraña sensación. Comenzó a sentirse extraño, extranjero en su propia casa.
- “Monja... ¡es Ud. más mala que Indalecio Prieto y Santiago Carrillo juntos!” vociferó en actitud energuménica a la hermana Marina, mirándola con los precavidos ojos de un enemigo.
Y a partir de entonces, comenzó a ser un desgraciado rencoroso. A invertir todo su tiempo en hacerse mala sangre y en hablar en voz alta de todo lo que debería haber hecho en la vida y no hizo. Así como a intercambiar con los demás solamente lamentos y gemidos, mientras se llenaba de apatía e indiferencia, buscando cualquier ocasión para dar un infantil pataleo. Con la sola ilusión de esperar despierto al amanecer de cada día, como única certidumbre de que no todo era oscuro dentro de su pobre cerebro, una auténtica maraña de confusiones que sólo le servían para interpretar delirantemente la realidad y para mantener una actitud de recelo y desconfianza constante hacia todos los demás. Sintiéndose, en definitiva, como si le hubiera caído un piano encima de la cabeza.
La contrariada hermana me contaba el episodio y confirmaba que desde aquel día a D. Segismundo le había abandonado su espíritu. Parecía endemoniado.
Debía ser por aquello de la enfermedad de las vacas locas, que decía la tele, pensaba ella.
Y como fruto de aquella terrible pérdida, todos los días podía observarlo con lágrimas en los ojos, como si sólo hubiera humillación y miseria en todas sus horas. Era como un adulto pequeñito, necesitado solamente de caricias y golosinas, preocupado nada más que por sacar sus rencores fuera y maldecir a un lejanísimo vecino de infancia que le amenazaba y le privó de una adolescencia feliz... ¡qué cosas, D. Luis!
- “Hermana, la vida es así, como el palo de un gallinero, que dicen los argentinos: corta y llena de...” – Pero no se me desmoralice, mujer, que aún nos debe quedar un resquicio para la esperanza. Que no todo acaba con igual patetismo.
Todos hemos conocido a personas centenarias de extraordinaria lucidez, le respondía yo. Y recordaba una cercana experiencia personal vivida durante una urgencia domiciliaria.
- Oiga, Sr. Médico, no me ingrese en el Hospital, que yo ya me he comido la paja que tenía que comerme! Y además, ¿qué mal le he hecho yo a Ud. para que me haga esto? Déjeme morir en casa, que tengo 92 años.
- ¡Ni que el Hospital fuera el cementerio!, le contesté.
- Es verdad, oiga, que no es el cementerio, pero es lo más cercano a eso que hay en esta ciudad, terminó diciéndome.
Y uno se acuerda inevitablemente de cómo el hospital de Úbeda y su cementerio, por ejemplo, podrían coincidir perfectamente con la anterior y sabia observación.
Qué humor y lucidez. Acabé riéndome junto a toda la familia, celebrando su ocurrencia y el que Dios le hubiera conservado “la cabeza de un quinto”, que decían los hijos.
Ante eso, decidimos al unísono, concederle el último deseo... una buena calidad de muerte, allá entre los suyos, en casa, como él quería, mientras la esperaba con la puerta entreabierta, hecho todo un Señor y con un notario al lado, escribiente de sus deseos, nada menos. Entonando una vieja y caústica oración que algún día leyó: “Dios mío, anestesiame en la hora de mi muerte, igual que a otros has anestesiado de por vida”.
Monja y médico, acabamos aquella guardia hablando de todas estas trascendentes cosas y de cómo envejecer era retirarse gradualmente de las apariencias (Goethe).
Hace dos siglos, la vejez se iniciaba a los 35 años y sin embargo, dentro de 10 años, en Francia, los mayores de 60 años constituirán casi el 30% de la población. Y es fácil vislumbrar que en un futuro no muy lejano, media humanidad deberá de cuidar a la otra mitad.
¿Hacia dónde vamos, con nuestra esforzada pretensión de conservar la vida con medidas heroicas, empleando los extraordinarios y costosísimos medios para mantener viva “nuestra carne, esa envoltura llamada cárcel” (Sta. Teresa), una vez desprovista del necesario aliento vital, tras haber perdido su sentido y su finalidad espiritual más esencial?
Difícil y tabú asunto que constituye uno de los más grandes y polémicos dilemas que la sociedad y la medicina aún tenemos planteados.




Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino

martes, 19 de agosto de 2008

Mi amiga Ginesa

Mi amiga Ginesa


La conozco hace ya muchos años, desde que vivía su marido y sus dos hijos pequeños, de frecuentes catarros, estaban en casa; hoy ya felices y triunfantes trabajadores universitarios por esos mundos de Dios. Comprenderán, pues, que a Ginesa le ha tocado quedarse sola, como poco a poco nos irá pasando a muchos de nosotros. Pero ella, mujer espléndida de férrea energía, aún aguantaba en casa como podía a sus 84 años, porque creía que eso debería ser su más justo y único destino. Solía decirme:
- Luis, no me animes, no insistas, que no pienso irme a un asilo, que mi madre siempre me enseñó aquello de que las señoras deben recibir en casa.
Cosas así de formidables me contaba, de igual modo que cuando hablábamos de las piedras de su vesícula que debería operarse, siempre acababa con su burlona sonrisa y su: -¿sabes lo que te digo, Luis, que con un poco de suerte voy a ver si me muero antes y me puedo librar de la operación? Era un placer siempre, cuando iba a Sabiote y hablaba con ella de estos y otros personalísimos chascarrillos que nos permitían finalizar riendo y celebrando la buena cabeza que Dios le había dado.

No le preocupaba, pues, el temor a la soledad, sabedora de que la vejez, entre otras cosas positivas, significa el dejar de sufrir por el pasado gracias a la mala memoria que Dios, como regalo final, nos va dando poco a poco. Sí le preocupaba, sin embargo, el comprobar como tanto Dios como sus santos se debían de estar haciendo mayores como ella, porque según me decía, la oían y acompañaban cada día menos. Pero uno, que si sabe que la soledad es un tormento con el que no se nos amenaza ni en el mismísimo infierno de Dante, comenzó hace meses a darle los ánimos necesarios para que buscase una residencia, un asilo, y me ofrecí para ayudarle a hacerlo. Y juntos, lo hemos hecho, llamando de puerta en puerta, imbuidos de una extraña sensación de vergüenza, como al que pillan, por ejemplo, en un descubierto bancario. Nos hemos visto mendicantes, teniendo que dar explicaciones y más explicaciones acerca del necesario y gran favor que recibiría María siendo admitida, mientras nos tragábamos la devastación moral que produce el sentirse humillado y tratado como un pelele.
…-oiga, sí…¡tráiganos a su recomendada señora, que la veremos a ver cómo está!
Para tener que oírnos después: - oiga, sí, nos ha gustado, ¡un poco desnutrida si que está, pero ya la rellenaremos en unos días! ¿Y cuánto vale todo esto, querida madre superiora? – bueno, nada, nada, tan solo el ochenta por ciento de su pensión. Ya les avisaremos, ya les avisaremos.
Y como de nuestra solicitud en ese hotel de cinco estrellas que según todo el mundo refiere son las Hermanitas de los Hermanos Desamparados de Torreperojil, han pasado muchos meses y estábamos desanimados viendo que habíamos soñado y picado muy alto, comenzamos nuestro peregrinaje y pesquisas por los escasos y restantes centros geriátricos de la provincia. ¡Pero que indignado e indefenso se encuentra uno, cuando comprueba en carne propia como los insensibles mandamases políticos han dejado a la mayor parte de nuestros mayores a los pies de los caballos! ¿Verdad, Ginesa? Indignación que procede no solo de ver la poca oferta pública de plazas disponibles al respecto, sino de haber comprobado, de haber visto en nuestra singladura geriátrica, de todo lo humanamente posible. Desde centros con cuidadores/as en la más profunda abnegación humana, cual clones de Teresa de Calcuta, esmerándose de continuo en dar a sus internos la sensación de que son personas y no presos, a otros muchos, demasiados, en que se puede ver como al lamentable envejecimiento biológico, ellos, los cuidadores nefastos y poco humanizados, les incrementan de continuo el otro envejecimiento aún peor: el psicogénico; tratándoles como a menores de edad o subnormales, arrebatándoles de continuo el estatus social y personal que en grado mayor o menor supieron ganarse en la sociedad a lo largo de sus vidas… tuteándoles, llamándoles abuelo, etc., etc. Preteridos, en suma, en centros, que por el contrario, deberían de ser cámaras hiperbáricas de afecto, y que por ello provocan inevitablemente, en gran número de personas mayores y difíciles ya de por si, aún más un mayor rencor y mal carácter.

Mi amiga Ginesa y yo hemos recorrido y visto la verdad y no tiene sentido, que diría el gran Chesterton. E inevitablemente, tras haber acabado con la indignación muy sobada, no hemos podido silenciar nuestra rabia, por lo que queremos hacerles partícipes a Uds., amables lectores, de nuestras reflexiones sobre el tema:
¿Pero cómo es posible que nuestros dirigentes, de cualquier signo, hayan considerado de siempre a la tercera edad, como si fuese un motivo de preocupación menor, dejando en manos de instituciones privadas, en gran medida, la grandeza del socorro social?
¿Pero cómo es posible que se permitan centros privados con el legal y lógico ánimo de lucro, llenos de cuerpos almacenados como pucheros flotantes, chocando de continuo entre si (Goethe dixit), sin obligarles a realizar actividades gratificantes física y psíquicamente?
¿Pero cómo es posible que se desvíen tantos dineros hacia palacios de vanidad política, ya sean de congresos, museísticos o de otra índole?
¿Acaso entenderíamos que un padre de familia numerosa y con el frigorífico casi vacío, optara por priorizar la compra de un televisor de plasma? Pues eso, entiendo, es lo que estamos viendo de continuo que hacen los padres, más bien padrastros de la patria: promocionar lo superfluo, mientras hacen añicos el presupuesto municipal, cuando todavía quedan tantos y tantos huecos sociales por cubrir.
Finalmente, ¿pero cómo no pensamos todos en las grandes necesidades existentes en la tercera edad? Resolviéndolas, aunque sólo fuera en gran parte, saldaríamos una deuda histórica, de verdad y no como la otra, hacia nuestros mayores que crecieron acuciados por la escasez y las preocupaciones y así continuarán, sino sabemos remediarlo, dadas sus míseras pensiones en muchos casos, tan lejanas de los abusivos precios de las residencias más elitistas?

PD: Escribo todo lo anterior a petición previa de mi amiga Ginesa, ya finalmente feliz y hasta un poco más rellenita, tras haber encontrado, gracias a Dios, una residencia humanizada y de relación calidad/precio más que razonable.


Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino

La Heducación

La Hedukación


Anda, tía, pues que la jo... vaya cag...
es que flipas, tía, te lo digo, tía,
pues que la fo... un pez!
(Oído en la puerta de un colegio
privado de cualquier ciudad)

Valga de muestra el botón anterior. Auténtico fruto caído del podrido árbol educativo actual. Lamentablemente, con bueyes así tendremos que arar en el siglo XXI. Mientras, el paro baja, el terrorismo amaina y el dinero público, dice Solbes, está sobrao, así es que con la despensa llena ya y con siete llaves echadas al sepulcro del Cid, pensaría hoy Joaquín Costa, si me lo permiten, que lo único que precisaría España sería una buena pasada por la escuela... el 3er pilar en el que él quería asentar el futuro más prometedor para su país, otrora llamado España.
Apenas se habla de ello. Es la gran asignatura olvidada por los políticos. Les da como vergüenza hablar de un tema tan delicado, tan tabú. Escasas palabras dedican al Plan Renove educativo, a la enorme tarea de limpiar las entelarañadas cabezas de nuestros chavales y enseñantes, salvando siempre las honrosas excepciones, en aras de dar un mayor lustre social al destino personal de cada uno y a la armonización social de todos nosotros. Educar, de “educare” (sacar de sí mismo los mejores sentimientos y las más nobles tendencias por medio de ejemplos, etc.). No se han enterado, ¡qué ironía!, empeñados como están nuestros gerifaltes-fundamentalistas-pedagógicos en poner, por contra, eso sí, muchas materias sobre las pobres cabezas de nuestros hijos. Olvidándose siempre de educar para la búsqueda de la riqueza interior, en esta civilización de multitudes.
A algunos de nuestros maestros seguro que todos los recordamos aún con cariño. Antonia Pepa, por ejemplo ¿qué me enseñaría hace ya tanto tiempo? Sólo recuerdo el llevar mi pequeña silla a clase, porque su pequeña industria no daba para sillas, y el beber en lata, hacinados en aquel minúsculo cuarto-entrada, de única ventilación por la puerta. Y luego a D. Juan Cantero, con su brasero en la entrepierna, educándonos a la vez que nos amamantaba con aquella famosa leche en polvo americana, tan sabrosona y moderna. Con su terrorífica palmeta, como D. Ginés posteriormente. Enseñantes contundentes de que el que la hacía la pagaba. Y posteriormente, ya algún escolapio, que no todos, allá por Getafe, cerca de los madriles, acababan enseñándonos donde estaba el bien y el mal, para toda la vida. Lo otro, eso de que p=3,1416, aquella chorrada, procurábamos olvidarla pronto, sobre todo los que éramos de letras.

Entonces no había apenas profesores, eran todos auténticos maestros. Mi padre, mientras, bastante tenía el pobrecillo con sobrevivir, sólo le quedaba tiempo para darme ejemplo. Pocas palabras le quedaban tras su agotador pluriempleo. Era el viejo reparto de papeles.
Ahora, sin embargo, me contaba mi hijo que su profe fumaba hasta hace poco en clase, hasta que se lo prohibieron, porque decía que a él sólo le pagaban para enseñar latín, no para dar ejemplo. Y aún, me decía, seguía fumando en el claustro, sabiendo como sabía que a sus compañeros les sentaban mal sus malos humos, ¡qué ejemplar! E incluso, para no correr riesgos pedagógicos, el antedicho, que era un hombre circunspecto, les dictaba literalmente todos los días la lección, sin añadidos complementarios, porque decía tener una hernia medio estrangulada y temía hacer esfuerzos. Capaz era de matar de aburrimiento a las mismísimas ovejas, el muy pedagogo! Y nadie le pidió jamás responsabilidades. Pero si un alumno le salía protestón, hipercinético o hacía demasiadas preguntas, lo mandaba rápidamente al psicólogo. Le encantaba echar en los apuros balones fuera, cual Maradona, como aquel médico, vamos:
-Doctor... tengo fiebre, ¿de qué cree usted que será?,
-Tranquila señora, que eso es de la misma fiebre ¡hágasela ver!.
Fíjate papá, me seguía diciendo mi hijo, que este profesor cuando salía del cole y veía a mis compañeros sentados en el suelo, escupiendo pipas o veía a “La Champi” explorando el hígado de su amigo con la lengua, porque pensaba estudiar medicina y le gustaba aprovechar el tiempo, no como otras, el hombre solía mirar para otro lado, para evitarse trabajar fuera del horario lectivo. Prefería seguir con su mala conciencia. Estaba acostumbrado, había creado anticuerpos, y parecía descansar bien, no obstante.
-Oiga, que lo que usted no sabe es que el infierno no es el fuego eterno, que puede ser tener enfrente una APA atravesada. ¡Que no se dice en una hora lo tonto que es Rocamora! Y además, ¿a quién carajo puede interesarle la termodinámica?, ¡ya me dirá usted!.
La sempiterna ley pendular. Hemos pasado de la rigidez de la letra con sangre entra y de la España como unidad de destino al pasotismo actual y a un país fraguándose milagrosamente en medio del desatino presente. Con la política entrando por la puerta de nuestras escuelas, mientras la enseñanza iba saliendo por la ventana.
A la generación que pasamos del mediodía de nuestras vidas, nos enseñaron otras cosas. Siempre había una muralla de respeto entre edades, sexos o sociedad y aquello medio funcionaba. Todos sabíamos aquello de que “buen porte y buenos modales, abrían puertas principales”. Eran actitudes que hacían la vida digna de vivirse y que permitían ir tras la excelencia de las cosas:
- Caballero, haga examen de conciencia antes de acostarse y procure no repetir las mismas estupideces al día siguiente!
Pero ahora, en que parece que todo lo aprendido es ya viejo y caduco, caben todos los experimentos, ambigüedades y proyectos educativos: la LOGSE (muy gordita en lo teórico, pero anoréxica de recursos), como hemos podido comprobar... la ESO... el proyecto curricular... ¡manda-esa-cosa! Con profesores hartos ya de sudar, cavando diarias trincheras por las que enseñar a caminar al que quiera oírles y con la angustiosa certidumbre continuada de que cualquier mocoso de tres al cuarto pueda poner en solfa sus muchos años de sueños y dura preparación (porque en este país, ya lo sabe Ud., cualquier chiquilicuatre puede ser un artista... y hasta el más burro un aprendiz de flautista) Con padres que lanzan hijos a los profesores, que desprovistos de peso social y de armas con que luchar, los rebotan a su vez contra su casa, cansados ya de estar combatiendo sin autoridad ni control alguno sobre el sistema.
Hemos creado los chicos ping pong. E inevitablemente, hemos engordado su crispación y la creciente confusión juvenil. Los acabaremos volviendo locos. Y el que no atiende a la gotera, acude a la casa entera, como dice el saber popular altoaragonés.
Por cierto, ¿sabe usted quién viene educando a los padres, a cuyo patio muchos progres y sabios educadores intentan echar la pelota de la cosa? Cuando todos sabemos que los padres modernos, en su mayoría, no saben educar y sólo sirven para dar cosas.
Creo, para terminar, que nos ha picado a todos el virus de la estupidez o el mal de las vacas locas y tanto el Instituto Pasteur como nuestras Consejerías de Educación respectivas aún no saben como preparar vacunas. Curarán antes el SIDA, ya lo verán.
Nadie quiere cargar con el muerto, con decir ya vale y hasta aquí hemos llegado, en este desierto educativo. Mientras seguimos haciendo los “hunos” y los otros de la educación una piedra arrojadiza, como si no debiera ser la roca más grande, sagrada e inamovible de toda nuestra existencia, gobernase quien gobernase.

Luis Manuel Aranda
De la Sociedad Española de Médicos Escritores

Contestación a mi amigo "EL ZORRO"

"El Zorro" escribió: "ver el foro de Sabiyut"

San Ginés Bendito, ilumina a vuestro alcalde para que no me vuelva a avergonzar si vuelvo a mi pueblo con mis amigos, no permitas que el pueblo de mis padres y el mio, se convierta en una republica bananera, anarkika, nido de borrachos drogadictos y prostitutas, con el visto bueno y el sello del Ayuntamiento, y permite que las fuerzas del orden, mandadas por su alcalde, se ganen el pan horandamente de una puta vez.

Libranos de la pésima imagen que hemos dado esta fería y libranos del mal, de más mal.Amén.

¡¡¡VIVA SAN GINÉS DE LA JARA!!!

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Le respondo:

Pongo el amén a la oración-plegaria del Zorro:

Amigo y desconocido Zorro: Sumo a tu indignación la mía. Pero que vergüenza me hizo pasar el alcalde, el pobrecillo, mientras lo veía parasitar el pregón de nuestras fiestas, usufructuando un acto que en justicia, en pura y democrática distribución de papeles, debería haber correspondido al edil de festejos, un hombre amable, cabal y educado, capaz de saludar y todo.

Porque ningunear a los demás, no es sino eso, desplazarlos, ocupar su lugar, a mayor honra y gloria de la demagogia .Y no contento con sustituirlo, se dedicó a ocupar más de la mitad del acto, contra el protocolo más elemental, dedicando lamentables disquisiciones , contra alguien muy querido y apreciado en Sabiote y al que debemos la reversión del CONVENTO a nuestro pueblo , tanto por sus gestiones ante la propiedad como por haberse rascado su propio bolsillo. Finalizó su soflama invitando al antedicho Sr. a entrar en la lucha política, si es que disentía de sus planes de futuro sobre su proyecto de obras al respecto. Pero ¿ como va a entrar en politica, amigo Zorro? si como diría el pobre Umbral ,él no lo necesita, tal vez como tú y como yo.

Oiga ¿ que opina Vd. de que se haya metido el alcalde contra alguien sin que este esté presente y no se pueda defender?---Pues en este pueblo, decimos que no tiene altura, que más bien es bajito, me contestaba el sabioteño vecino de al lado, sin saber quién era yo!

Y como no pude con su miseria, ni con el hecho de que hubiera sido incapaz de invitarnos al inicio del acto, al minuto de silencio protocolario, a tan solo unas horas de la tragedia de Barajas , para sustituirlo vanidosamente, por su pobre y hueca palabreria, opté por hacer lo que se hacía antaño ¿ te acuerdas, con los sermones de D. Lorenzo?,pues tomar la fresquita .También es verdad, en honor a ella, que posteriormente, la provecta pregonera, intento incardinar el minuto de silencio, el acto espiritual y público de condolencia y respeto, por las victimas y sus familiares, cuando ya era demasiado tarde y la pobre mujer tuvo que dar una larga cambiada para que no quedase nuestro personaje con el culo al aire.

Luego, tras oir que había acabado, entré para volver a tener que indignarme oyendo a la distinguida pregonera admitir y vanagloriar , entre otras cosas, al botellón hispánico, por ser en sus palabras" un lugar fabuloso de encuentro y de diálogo entre jóvenes, entre miembros y miembras ,para pasarlo bien ( esto ya de mi cosecha).Y me indignaba doblemente, porque fundamentalmente, aparte de estar un par de días con mi hermano Pepe y su familia ,bajaba para llevar tanto a nuestro querido amigo Paco, el poeta, como a su familia, los mejores tapones de oido que les he podido encontrar, antes de que pueda llegarles cualquier angor pectoris, porque el otro, el angor animi,(que dirían los clásicos) o depresión ,ya lo tienen hace tiempo, por vivir desgraciadamente al lado de ese sucedáneo de ateneo literario y cultural , según la pregonera, que es el Parque de Velázquez, lugar de celebración de verbenas y botellón y que más bien deberíase de rebautizar como de Goya., por aquello de estar más en sintonía con la agudeza auditiva lamentable que les espera a todos sus vecinos y si Dios no lo remedia.

Sabiote en fiestas…Todo un gran y desordenado parking de coches y caballos, cacas de lo mismo y personajes/ personajas, clónicos de la feria de abril de Sevilla, patéticamente clónicos y entremezclados en un lamentable totum revolutum¡ Hay, la puñetera globalización cuanta impostura nos está acarreando y que sabiduría la de aquellos urbanistas de nuestro Albaicín, tan ajeno hoy día y siempre a verbenas, coches y ensordecedoras motos!

Casposa feria, estoy totalmente de acuerdo con tu plegaria, amigo y desde hoy mismo, hermano Zorro. ¿ quién me iba a decir a mí que algún día acabaría confraternizando y pensando como un zorro?. ¿os acordais de aquél S. Ginés del caballo de Asensio, el de D. Samuel y el de la expedita calle de Pepe el chófer, un título casi nobiliario de nuestros infantiles años? Recuerdos en sepia realmente gratificantes.

¡FERIA DE SABIOTE: LA FERIA DEL IRÁS Y NO VOLVERÁS


En el entierro de la madre de un buen gitano y amigo de aquí de Huesca, y tras verle como se partía el alma de dolor, al ir a darle el pésame me dijo…

Ay. ay
…Sr. dortó: Debíamo de naseé huérfano ¡ .Pues eso, desconocido amigo, huérfanos de pueblo deberíamos de nacer, para evitarnos tanta y tanta desagradable cosa como tenemos que padecernos cuando en haciendo el salmónido, una vez al año, decidimos subir/bajar hacía el que creíamos puro manantial de nuestra infancia.

Un abrazo desde la distancia , ya sin ensordecedores ni malditos ruidos.

Luis ARANDA--Huesca

INIQUIDADES

INIQUIDADES


Terribles cosas pasan diariamente en nuestro país, provocadas casi siempre por hombres que se habían unido en pareja, pensando como muchos negros en África, que la mujer debería de ser algo así como su tractor. Lamentable filosofía, hija de la falta de sensibilidad, de educación y de prepotencia masculinas, tan comunes por estos lares. Todos sus vecinos y amigos lo veían venir. Percibían la incubación de la futura tragedia cuando aquel individuo, en el bar de la esquina, oyendo por la tele el asesinato de alguna pobre mujer a manos de su esposo, siempre mascullaba lo mismo... “algo le habrá hecho, nadie mata a nadie porque sí”. Quedándose tan pancho tras el exabrupto, como liberado, con cara de justiciero, capaz de justificarlo todo, puesto que consideraba estar padeciendo un parecido calvario.

Había pasado de tener una vida normalita, de aquellas de ir tirando, a ser un desgraciado marido, con una vida triste y llena de celos hacia sus hijos, amantes únicamente del cariño y de las atenciones de su madre. De celos y de envidias hacia aquella mujer de hierro que siempre acababa por resolver y salir adelante en los momentos más negros de la familia. Hacía años que había decidido acabar rindiéndose, ante la avalancha de impertinencias lanzadas en su contra, perdido los papeles, en suma, pasando de ser un convidado en la casa materna a ser algo así como una esponja diariamente empapada por el continuado goteo de desdén e infravaloración ajena. Sintiéndose siempre como un mandao, él, que tan flamenco había sido durante el noviazgo y los primeros años de su matrimonio. Años que añoraba todos los días, ahora que sólo pensaba en sobrevivir, rodeado de tanta iniquidad, de tanto maltrato psíquico y de tanto acoso moral permanente por una esposa en continua perorata...

-Tú te callas, Honorato, que no dices más que tonterías
- Ni sabes cocinar, ni limpiar, ni nada de nada. Vamos, como tu padre, un desastre
- Saca al perro, anda, que ya te lo he dicho tres veces. Qué no me oyes, ¡sordo!
- Y el sagrado mandamiento del matrimonio, ese, me lo vas a administrar cuando yo te diga!

Cercenadora convivencia en el cruel día a día. Persistente goteo que acabó, como comprenderán por destruir a nuestro personaje. Amargó y corroyó su existencia, convirtiéndolo en un hombre menguado, transido, en un alma en pena, deshecho por su sentida inferioridad.
Ya saben que el odio suele triunfar allá donde no puede triunfar el amor, y como él había oído que donde no se encuentra amor se había de pasar de largo, harto de no ser querido, lo único, decía, por lo que merecía la pena vivir, decidió acabar con todo, ya que su convivencia hacía tiempo que había dejado de cimentarse sobre una ilusión compartida. Se había quedado sin fuerzas, mejor dicho, sólo le quedaba fuerza física y mucha neurosis obsesiva, huérfano de su antigua autoestima y de fuerza moral alguna.
Así de mal se encontraba, cuando ahogando sus penas en el bar de siempre, y con lágrimas en los ojos, un amigo de la infancia y de tapeo, a los únicos que pueden hacerse confesiones parecidas, le comentó que su mujer le había pegado.

Era ya lo único que le quedaba admitir como posible para perder la última y pequeña dignidad que creía aún conservar, la gota de agua que colmaría su llenado vaso y que le impelió a tirarse al profundo e indulgente pozo, capaz allá en su pueblo de Andalucía de paliar tanto la sed del cuerpo como la sequedad del alma. Pero antes, decidió llevarse por delante a su monográfica y monotemática esposa, como solía desdeñosamente adjetivarla en el bar de marras. A su santa, mujer ejemplar y fuerte, como casi todas las mujeres, pero merecedora de un escarmiento físico, según su enfebrecida mente, ya que eso, era lo único en que podía aventajarla.

Valga para explicarles, si me lo permiten, una historia cualquiera de tantas y tantas pobres gentes que viven en medio de una terrible esquizofrenia, y que actúan de forma autodestructiva, con un comportamiento sorprendentemente agresivo. Porque no solamente no se sienten felices sino que encima les han hecho creer, para su mayor sufrimiento, que la felicidad es una vecina que siempre vive en el piso de arriba.




Luis Manuel Aranda
Médico - Otorrino

Andalucía

Andalucía

Limitada al norte por el desfiladero de Despeñaperros y al sur por el Estrecho. Fronteras naturales que la separan de mundos tan sustancialmente distintos, la sociedad castellana y el mundo musulmán. Un pueblo rebosante de gracia natural, de burlas y caus­ticidades, que no ha necesitado de ideologías ni de trinidades de parecida índole para sentirse trascendente, diferente, y que ha sufrido tanto en su vida y en su historia que sus gentes ya no parecen
estar sino poco interesadas por nada que no sea el simple vivir de cada día y la “conformiá con casi tó”. Capaz de matar el hambre, sin protestar, con un poco de pan y unas soleares de ná sí hiciese falta. Porque los andaluces, herederos de una cultura compleja, llena de matices, practican eso que usted y yo sabemos, el andalucismo, del que ya se sabe que coexisten dos variedades, como con el colesterol, el bueno y el malo y que es una forma de entender la vida... el maduro fruto de una multicultural y multirracial sociedad surgida de la herencia recibida de fenicios, griegos, romanos, cartagineses, bizantinos, visigodos y judíos, para a partir de la unificación cató­lica y la expulsión de moras y moriscos ser también fertilizada por castellanos, leoneses y gallegos, sus últimos repobladores. Todo un totum revolutum y la levadura, sin duda, de su senequismo, de su vieja sabiduría de siempre.

Y además de su mestizaje, sus tres mil horas de sol al año, ca­paces de echar continua y necesariamente a sus gente a la calle, para practicar eso que ellos saben hacer tan bien, el ejercicio de su extraversión, de su compadreo. Porque ellos son así, personas fundamentalmente nada encerradas en si mismas y además tranquilas, pausadas, que no van como otros, los estresados, como asnos de gitano con azogue en los oídos (D. Quixote dixit). Convencidos además, por su antedicho senequismo, de que no hay destino por adverso que sea, que no pueda sobrellevarse con la más total indi­ferencia, faltaría más. Y porque viven hacia fuera, han construido sus preciosos pueblos de encaladas fachadas y prístinas casas que pretenden tener tan limpias como sus caras, siempre con el sombre­ro echao pa 'tras, pa que a uno puedan verle bien la cara, libre de sombras. Con casas que parecen encantadas, y entre las que no es­casean los fantasmas, fácilmente localizables, casi siempre a caba­llo, con su tontorrona altivez, mirando a los demás por encima del hombro en esas ferias de Dios. Hinchados de la buena suerte que les proporciona el respirar, de continuo, los aires de su cortijo.

Herederos algunos de ellos de aquellos otros que ya en su día no dejaron entrar en el Círculo de la Amistad, como socio, allá en su Córdoba natal, al gran torero Manolete, por ser de origen humilde y que posteriormente durante años y años, con las escasas inversio­nes que hicieron en su tierra, propiciaron la gran emigración anda­luza, de la que soy hijo, llenando el resto de España de gentes que conociendo los prejuicios que existían sobre nosotros, hemos teni­do que sobreactuar de formales, serios y cabales, para neutralizar tanto tópico deformante como ha viajado junto a nuestra vera. He ahí, por ejemplo, a Cataluña conquistada por el ejército andaluz sin disparar un solo tiro, como simpática y coloquialmente les gusta de­cir a los cataluces, los andaluces residentes en ella.

Una región que ha sabido poner en la resignación la verdadera dignidad de la vida, como aconsejaba Sartre. Bueno, en la resigna­ción y en la sencillez, convencidos de que es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido. ¡Ay, las fatiguitas de los andaluces, saliendo todos adelante casi de la nada y jugando siempre con la profundi­dad de la ironía para ocultar su dolor!...

Aquí descansa Nicolasa / mientras yo descanso en casa. Reza­ba un creativo y famoso epitafio en una tumba andaluza, que se le pudo ocurrir a cualquier chungón andaluz, tras haber estado previamente rezando, seguramente, gran parte de su vida para que su Nicolasa no se quedase viuda. Cosas de Andalucía, que tanto valora y alienta estos relámpagos de ingenio y que es hasta capaz de dedicar en la mismísima Granada un paseo a los otros… a los Tristes.

Autonomía auténticamente rica, extensa y variada (Campo, campo, campo/ y entre los olivos/ un cortijo blanco). De tremendas diferencias entre un barquero de Cádiz y un aceitunero de Jaén, por ej. Aquel, de chacota permanente, el otro, hombre frontero, mucho más serio. Me acuerdo de él, el barquero, un ser paradigmático, porque un día, hace ya años, atravesando en la barcaza que nos pasaba el Guadalquivir, en su desembocadura desde Sanlúcar de Barrameda al coto de Doñana, uno, por hablar de algo, le preguntó:
-Jefe, ¿es usted el dueño del barco, del negocio? A lo que me res­pondió sin inmutarse,
-mire, yo zoy er dueño de Zevilla pa "bajo de tóo, lo que paza es que a uno no le dejan vendéz na".

Siempre el humor como norte, para sobrellevar la vida, porque todo puede perderse en Andalucía menos el humor, la gran terapia personal y social de aquellas tierras, tan exportable como las naranjas.

Pasan los años, llega el día 28 de febrero, día de Andalucía y ser­vidor, que no es de piedra, no puede dejar de ponerse nostálgico tras poner la televisión y ver en la campaña de publicidad institucional andaluza eso de que "Andalucía te quiere", ¿será verdad? Hoy, tras reflexionar y escribir sobre todo esto es casi seguro que voy a acostarme siendo un poco más feliz. Prometo echarme en la cama más tranquilo, soltar las piernas, y poner un pie en Sevilla y otro en Olorón, para dormir de c… ! como dicen por aquí.

Andaluces de relámpagos
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas
(Miguel Hernández – Vientos del pueblo me llevan)


FELICIDADES, ANDALUCIA.
Desde la añoranza de los ochocientos Km. que nos separan de ella, desde Huesca. Va por ustedes, queridos foreros y visitantes ocasionales.


Luis Manuel ARANDA
Médico-Otorrino

De la dermopatía al escozío


De la dermopatía al escozío
(O del lenguaje médico)

A todos aquellos compañeros médicos
que un buen día decidieron
hacer del lenguaje sencillo
una herramienta curativa.

D. Antonio había sido un médico muy leído durante sus años de licenciatura,
cosa normal por aquellos años. Tanto como interesarle la anatomía y la fisiología, le
interesaba el alma humana. Y como Freud había sido contestado por sus discípulos, él ya dudaba sobre si sería la sexualidad o el instinto de poder lo que realmente movería al mundo, así es que decidió dejar esas farragosas y sesudas disquisiciones para los demás, prefirió no navegar por aquel alborotado mar lleno de incertidumbres, para recurrir a una serie de referentes médicos y literarios que le construyeran su capacidad curativa basada en la palabra, sus artes de sanador en el futuro, convencido como estaba de que si el 80% de todas las enfermedades podrían tener un origen psíquico, entonces era de simples quedarse solo en el tedioso estudio de aquellas otras simplezas fisiológicas anormales, que según creía, no eran sino el último eslabón o consecuencia de cabezas más o menos desordenadas por el inevitable desorden de la vida. Puso todo su empeño en leer al gran Maimónides, aquel que curaba más como rabino que como médico, y de él aprendió que la primera ley para un médico debía de consistir en cumplir con los sagrados deberes de humanidad, de los que el primero era siempre el mantenimiento del confort espiritual de sus pacientes, y aunque no llegaba a probar como él, con la propia lengua la orina de ellos para ver si podía estar dulce, si que creía firmemente en las propiedades salutíferas de la suya, de su verbo .


Con Marañon, otro gran médico y escritor, aprendió que para el enfermo,
entender lo que le pasa es siempre el primer paso hacia su curación, así como también
aquello otro de que el médico debería de interponer siempre una muralla de respeto
entre él y sus pacientes.

Pensaba, tras formarse, aplicar todos sus conocimientos con un único fin: ser lo
más útil posible a sus pacientes, más con las simples palabras que con los indeseados
efectos secundarios que conocía ocasionaban todos los nuevos potingues que la
moderna farmacopea iba poniendo a su alcance. Curar literariamente, vamos, como
Josep Plá, un escritor coetáneo, le había enseñado también. Por ello, intentó
esforzadamente leer entre examen y examen para educarse en el lenguaje más culto y
técnico posible, convencido de que la palabra fue siempre la mejor intermediaria, el
mejor diplomático y la mejor Celestina del mundo. De forma que cuando encontraba
algún latinajo oportuno, tipo primum non nocere, por ejemplo, los iba guardando en su disco duro como joyas que consideraba deberían serles imprescindibles en su futuro adorno y praxis médica. Los repetía y repetía, incluso en sueños, para grabárselos a fuego, junto a aquello otro de Machado: ... "Algunos desesperados /sólo se curan con soga/ otros, con siete palabras/ la fe se ha puesto de moda".

Y como sentía un respeto casi sagrado por la profesionalidad en su trabajo,
nunca llegó a dudar de que debería ir por la vida con cara de médico sabelotodo,
acompañado siempre de un kit consistente en traje oscuro, zapatos limpios y fonendo al cuello, aparentando ir siempre sobrado, decía él, que un médico pobre no dejaba de ser un pobre médico, según Hipócrates le había dicho. Palabras y kit como elementos
básicos de su quehacer, creyente como era mucho más de sus buenas palabras curativas que de la real capacidad de su ciencia, aunque intuyó también, como años atrás escribiría Isabel Allende, que las palabras no son tan importantes cuando se entienden las intenciones, cosa tan fundamental, como sabemos sobradamente, en el lenguaje y comunicación hombre-perro.

Acabó obsesionándose, en suma, con el culto al lenguaje y con la reverencia
hacia la palabra culta, creyendo siempre de muy buena fe, como le habían enseñado,
que la palabra justa y adecuada en medicina era el mejor de los estupefacientes. Y preso quedó, finalmente, sin apenas percibirlo, de su rebuscado vocabulario, en el que se refugiaba como otros se refugian en cualquier tienda ordenada de ultramarinos cuando ya no pueden soportar el desorden de la calle o de su propia vida.

Con los mimbres anteriores construyó el bueno de D. Antonio el cesto de su
humanista formación, imprescindible, según él, para ir saliendo adelante en su futuro.

Para no tener que rendirse, como había tenido que hacer años antes D. Pío Baroja,
médico en Cestona.

Y un buen día, para desintoxicarse del ámbito universitario y olvidar a más de un
cabrito y malnacido profesor, heredero de la cátedra de su padre y más dado a complicar la vida a los demás que a intentar hacérsela lo más agradable posible, decidió sumergirse de hecho en la realidad de ella. A probar si los bíceps de sus tecnicismos y palabras esotéricas tenían los efectos beneficiosos que le habían mostrado. Pidió destino como médico rural en cualquier pueblo de nuestra montaña, tan pobre, tan pobre, que como decían aquellas miserables gentes, por no tener, no tenían ni ideas, por lo que disfrutaron de la inmensa suerte de pasar la guerra, tal vez como compensación divina, felizmente, sin pena ni gloria, en medio de aquella España fratricidamente dividida.

Cosa que constituyó el gran orgullo de todos ellos en el futuro.

Ya, en su primera noche rural, y para abrir boca, se encontró como si estuvieran
esperándole, atendiendo a su primer e inesperado parto, a la luz de varias velas. Parto,
cuyo padre había tenido la desgracia de morir tres años antes, según la sufriente
parturienta le relató, mientras nuestro médico sonreía entre gota y gota de su miedosa
sudoración. Y afanándose estaba, mientras le preparaban toallas y agua caliente en
hablarles, en explicarles, a las comadres asignadas como apoyo, de las sucesivas
secuencias que irían apareciendo, como período de dilatación primero y período
expulsivo final, cuando una de ellas, con una flor en un vaso, respondió..,
Tranquilo, D. Antonio, que hasta que esta rosa no se abra, no se abrirá ella.

Mientras él, en medio de ese paradigma, pensaba en la ignorancia atávica de las
gentes, como la gran fábrica de elaboración de mitos.

Aún apenas había descansado ni repuesto de la sorpresa del parto, cuando en la consulta volvió a toparse con la cruda realidad que le esperaba: la repleta sala de espera, con las inevitables ansias por conocer al nuevo médico, como era de esperar, propias de gentes que jamás solían tener novedad alguna en sus vidas; y ya en la línea de salida, con el aparato presto de tomar la atención, como decían, una apresurada paciente abrió la puerta, colándose, para decirle:

- Don Antonio, que mi Juanjo no puede andar, que vaya aluego a verle, que tiene los
ojos-de-abajo hinchaos. Y tras tomarle la dirección, la inquirió:
- Y esos ojos, ¿cuáles son?, a lo que la balbuceante pobre mujer contestó:
- Pues, pues... ¿cuáles van a ser?, pues esos... los, los, los... OJONES,

entre la sonrisitas y las miradas al techo de los que esperaban su tumo. Menudo comienzo, pensó el bueno de Don Antonio.

A los pocos días, otra increíble sorpresa le esperaba: hablando en plan freudiano con
otra paciente, que estaba "de los nervios", según ella, le dijo:

- Pues con los problemas que tiene usted, señora, tendríamos que buscar y hablar
tranquilamente con su inconsciente, a lo que le contestó la afligida señora:
- Si es que mi marido, Don Antonio, no podrá venir, que está muy trabajao.

E inmediatamente nuestro médico, anotó en una ficha, con rabia y vengativamente su
nombre, como hacía siempre que tenía que definir a un cliente en términos-guía de
identidad profunda: Paciente UNC (con una neurona calcificada), intentando
estigmatizarlo para siempre.

A otra paciente, afectada también de angustia vital, como casi todas aquellas
miserables gentes, le dijo que tenía una neurosis, una especie de disfunción psíquica,
mientras ella acabó preguntándole a su vez:

- Don Antonio, y eso... ¿es bueno o malo? y ¿eso es estar de los nervios?

Otro día cualquiera , otra clienta le pidió un volante para el culista, el médico de los
ojos, porque tenia que operarse de carcoma. A lo que Don Antonio, indignado
finalmente, la increpó sin sensibilidad alguna, mientras veía como aquella se sentía
profundamente avergonzada:
¡Señora, que se dice cataratas, que no saben ni hablar!

Tras aquel enfado innecesario, comenzó a poner en marcha su resortes psicológicos, para acabar dándose cuenta de que se sentía realmente incómodo, vamos, como una gallina en corral ajeno, sin conexión verbal inteligible alguna con su entorno, mientras que lleno de puñeteros, ocultos y callados celos, comprobaba como Don Saturnino, el practicante, bruto como el solo, sabía hilar sus siempre escuchados consejos y consolar mucho más sabiamente que él, por lo que los mejores huevos y verduretas de todas la huertas iban para su siempre pletórica mesa. Bueno, para él y su mujer, la Isabelita, que cuando él se puso de dentista, era tan fornida, que bloqueaba al más fuerte y odontálgico de los pacientes, como el mejor de los anestésicos, evitándoles la miedosa huida, y eso no tenía precio alguno. El practicante, un presuntuoso hombre, dueño de un insultante coche, todo un "haiga ", que no pegaba a un practicante, porque era coche más bien de especialista de la capital, según sus pobres vecinos. Tal era su ascendencia y prestigio, que raro era el día en que cuando le enseñaban las recetas de Don Antonio, rifo solía decir al interesado, engolando el gesto:

- Eso, eso, que te ha recetado, no sirve pa 'na, yo que tú la rompía, mientras
ponía el otro ojo en la posible aparición del médico, conocedor agudo del justo
bastonazo que se estaba ganando, de aparecer aquél. Y las gentes le obedecían. Don
Saturnino era así, convencido siempre de que era preferible ser temido a ser
compadecido. Ufano de que le llamasen Don Don., puesto que nada más llegar años
atrás a aquel perdido pueblo, su empingorotada señora se encargó de propalar la especie de que su marido no era un practicante cualquiera, porque además era maestro, tenía una segunda carrera, cosa que facilitó a sus vecinos la imposición pronta del vanidosote apodo. Y es que "el que de piojo pasa a liendre, da unos picazos que enciende", decían sus
chungos vecinos, conocedores de su humilde linaje.

Don Antonio, sagaz como él solo, harto de reflexionar, cayó en la cuenta, a
fuerza de examinar su actitud y comportamiento verbal, que su terminología médica
culta era un fraude, no servía para curar, mientras que, por el contrario, su practicante,
sabía compartir sabiamente con ellos las cadenas de un mismo lenguaje. Y si a esto
añadimos el que un día de aquellos, en que andaba meditabundo, el tío Bienvenido, su
cobrador de las igualas y confidente, le comentó que la gente estaba contenta con su
saber hacer, porque daba como ningún médico anterior lo había hecho, la cifra máxima y la mínima de la tensión, pero que no estaban contentos del todo, porque aunque sabía hablar muy bien, no entendían lo que quería decir, acabó comprendiendo, finalmente, que el manejo de un lenguaje popular, sencillo, era tan necesario a su oficio como la pastilla de jabón al baño. Se dio cuenta, en suma, que todo intercambio de palabras que no se aliñara con el aceite virgen de la palabra inteligible, acababa siempre teniendo un sabor insípido.

En adelante, se propuso el aprendizaje de una pazguata terminología, como esta:

- Felisa, mujer, no se queje de su viejuz, que las hay peores.
- Bienvenido, hombre, haga bondad y camine.
- María, tranquila que la sangonera (versus hemorragia profusa) del nene, no
tiene cuidado.
- Macario, descansa bien, hombre, pa' quel celebro no te trabaje tanto.
O bien, - ¡vaya lengua jasca (v. áspera), que tienes, Valentín!, tranquilo,
hombre, que aún no hueles a ciprés (v. a cementerio), que no tiene importancia, que el
dolor en el garganchón (v. faringe), es por las pipas que te comiste ayer, que te vi.
- Felipa, póngase esta pomada para el escozentor (v. escozor) si le duele en la
parte bajera, cuando su marido le administre el sagrado sacramento del matrimonio.

- Tranquila, Rafaela, que la ciencia está haciendo todo lo humanamente posible, le
decía aún antes de haber visto a su enfermo padre y mientras liaba un cigarrillo de
picadura en el umbral del dormitorio.
En otra casa, comentó un buen día: - ¡No me gusta el enfermo!, ante lo que algún hijo,
falto de un hervor, según sus vecinos, le contestó el pobrecillo:

Pues no tenemos otro, Don Antonio.

Y entre frases contundentes del tipo de las anteriores y una nueva terminología:
Astrosis (v. artrosis), Cojonivitis (v. conjuntivitis), Tigretol (v. Tegretol), o Hernia fiscal (v.
hernia discal), por poner algunos ejemplos, se fue construyendo, un vocabulario
propio, a la medida de lo que iba observando, porque tenía realmente la lamentable
impresión de ser un médico a medio hacer, y lo hizo practicándose con constancia como una lobotomía psíquica prefrontal para poder entender y conectar con su queridos
pacientes.

Y con parecida perplejidad a la que se observa en un entierro, por ejemplo, fue
comprobando poco a poco, como en la medida en que iba simplificando su lenguaje
hasta casi rozar la nada, pasó de ser respetado por su profesión y sabiduría a ser querido,
tras haber esforzadamente traspasado el umbral de sus almas con la palabra que ellos
sabían comprender. Y es que en los ambiente no cultos, la gente dice lo que piensa sin
importarles un pepino el que dirán, educados ellos en la escuela de la vida, de la
sencillez.

Acabó por entender que la cultura literaria era para él más una carga que un
orgullo, no sin recordar aquello que Chesterton le había enseñado: "He visto la verdad y no tiene sentido seguir por ese camino", por lo que decidió guardar su ampuloso
lenguaje para las ocasiones en que hablase con el médico del pueblo vecino, que andaba
celosete viéndolo como un competidor joven y sagaz en la suprema actividad que le
había permitido ganarse holgadamente la vida hasta entonces sin complicaciones. Pasó, en suma, de tener un gesto preocupado, típico de quien ve que en su trabajo no consigue todo lo que desea a disfrutar de una alegría y un optimismo desbordante, fruto no solo de su más suelto, cómodo y humanizado lenguaje, sino también de la aplicación, a la vez, de
remedios y consejos de salud tan satisfactivos como eternos. Comenzó a hablarles
insistentemente a sus pacientes de que no había nada para conservar la salud como los
doctores Dieta, Tranquilidad y Felicidad, los pilares básicos y fundamentales de la
auténtica salud.

Y no conforme con todo lo anterior, para tenerlo más presente, como
recordatorio, todos los minutos del día, aún colocó un cuadro en su consulta con unas
palabras del gran profeta-poeta Isaías: "Dame Señor, una palabra de inspirado, para
dar ánimo al afligido", convencido, finalmente, tras su salutífero descubrimiento, de
que en el cielo, como alguien había dicho, debería de haber un lugar para los mansos de corazón, para la gente humilde.

Con el tiempo, como decía antes, D. Antonio fue recogiendo con alegría, los
frutos de su hallazgo, entre los que estaban no sólo el uso de la palabra sencilla sino el
aprender a abrazar más que a hablar ante las tragedias ajenas, convencido de que las
palabras ante el dolor, de poco sirven. A abrazar y a sonreír, coincidiendo con Rabelais, el gran médico y escritor francés en que "las personas sencillas y alegres... curan", o al menos, consuelan y ayudan a bien enfermar y morir mejor, que decía al cabo de su feliz aprendizaje el bueno de D. Antonio. Filosofía que siempre intentaba resumir, cuando se ponía trascendente, hablando con los demás de sus experiencias galénicas por esos pueblos de Dios:

- En Medicina, es fundamental comprender a los enfermos y hablarles con sencillez, porque sólo así, amándoles y haciéndose entender por ellos, uno siempre acaba por comprenderse, por consolarse y por no acabar quemado..

SEMANA SANTA Y SABIOTE

Habitualmente, mis Semanas Santas van para Málaga, porque mi contraria, mi
parienta, mi santa, mi esposa, mi mujer o mi Teresa, como Vdes. gusten, nació en la
calle Granada, tras su catedral y uno acaba, inevitablemente, por ser como cualquier
guardia civil. ¿Saben que un guardia civil es un hombre que ha podido nacer en
cualquier pueblo, pero que casi siempre acaba muriendo en el pueblo de la mujer?
Pues eso.

Pero este año llovía tanto, tanto por Málaga y en Jueves Santo, que hasta las palomas
de enfrente, las de la catedral, croaban como ranas. Y su molesto croar me invitó a
coger un autobús hacia Úbeda. Toda una experiencia deliciosa, la de ver mi querida
Andalucía desde las alturas, como si sobre un mismísimo jamelgo fuese. A vista, en
suma, de un señorito andaluz cualquiera. Todo un lujazo. En Úbeda, me recogió
"nuestro Pepe", padre de Sabiyut y hermano a la vez de un servidor de Dios y de Vdes.
para llevarme a respirar por unas horas, siquiera, los aromas de mi queridos Porvenir,
Huerta Baja y Torremocha. Todo un cambio radical, verdaderamente, eso de dejar una
Málaga anegada tanto por las aguas del cielo como las de la tierra. Que aguas de la
tierra eran los lagrimones derramados por tanto y tanto Nazareno entristecido por no
poder sacar del bracete a su Dª Inés, su Dulcinea, a su amor supremo, a su Virgen, en
suma, de paseo. Un auténtico espectáculo esperpéntico.

Algún día, reflexionaré más en profundidad sobre el tema. Sobre tanto infantilismo y
fragilidad emocional como nos embarga en estos tiempos tan mediáticos. ¡Ay, estas
gentes tan devotas de Frascuelo como de María, que diría el gran Machado!

Ya en Sabiote, visita obligada a Paco, el ajedrecista-pensaor-poeta. ¿Sabes, Paco, que
en algunos cortijos sevillanos llaman pensaor al que "pensea", al que echa el pienso al
ganao? “¡Pa guasa, nozotros, zeñorito!”. Pocas gentes, pocos familiares, nos quedan
por allá aún, porque incluso un primo lejano, de nombre Verain, decidió hace tiempo
que mejor sería que nos quisiésemos en la distancia y en la ensoñación, tal es su
timidez, según hemos podido saber por sus vecinos. Familia virtual, creo que se llama
ahora. Algo es algo y menos da una piedra. Afortunadamente, Pepe, con su juguete
virtual, está abriéndonos un poco más el círculo de los casi apagados recuerdos y
afectos infantiles. Ha removido los rescoldos de nuestras almas. ¡Nene, echa una firma
en el brasero, que ahora te toca a ti!, no seas singracia ¿os acordáis?

Y en casa de Paco encontré y conocí a Trini, forera - nazarena, y que como yo, se
había desplazado también desde Málaga en su peculiar peregrinaje, casi como el mío,
en búsqueda del necesario alimento espiritual sin el que las mentes sensibles,
difícilmente sobreviviríamos.

¡Qué fuerza la tuya, Trini, y que poco sabemos de gentes como vosotras, que habiendo
nacido no ya desde cero, como el resto de los mortales, sino desde las muchas
carencias tan ajenas a casi todos nosotros, habéis sabido a base de coraje y
sufrimiento superar todo lo físico en aras de una sublimación del espíritu, algo tan
devaluado ahora, pero mucho más gratificante y profundo que cualquier otro tipo de
bienes más reconocidos o socialmente aceptados. Verte luego, desde el balcón de mi
tía Guada, q.e.p.d., sola, tras el Cristo y andando como podías, puedes creerte que fue
para mí un espectáculo mucho más edificante y conmovedor que ver a toda una Cia.
de la Legión tras el Cristo de Mena de tu pueblo.¡Pero que cojonazos, con perdón,
como diría un castizo, mostrabas intentando contagiarnos a todos la esperanza y la
ilusión que te embargaba! ¿Sería más pertinente decir, Trini, un par de taconazos?

Y como me acosté esa noche de Viernes Santo emocionado, soñé y soñé, no sé
porqué, conque a nuestro amigo Paco, algún día acabaríamos visitándolo allá por El
Palo, en las afueras de Málaga. ¿Alguien sabría interpretarme el sueño?
Frío y frío por Sabiote. Y mujeres llevando tronos a cuestas. Madre mía, ¿desde
cuando no iba yo por mi pueblo? Y NIÑOS, MONTONES DE NIÑOS, DE
NAZARENOS, AMAMANTADOS EN LAS VIEJAS CREENCIAS DE LA RELIGIÓN Y
LOS MISTERIOS, sin tanto folclorismo como en Málaga, sin tanta farsa.

Y como no solo de trinidades vive el hombre, la tortilla de habas de mí cuñada Lola,
para acabar de redondear el día de penitencia. Sublime medicamento capaz de
reconciliarlo a uno, finalmente, con la vida y con el más allá. Gracias Lola. Emociones,
emociones en estado puro, como nos gustan a todos y lejos de los lloriqueantes
malagueños, mientras mi mujer seguía allá, que a las cositas del amor les va muy bien
un poquito de separación.

Terrible, el otro día les hablaba de un primo con complejo de Persiana y ya ven mi
enrollamiento. Perdón, que todo se paga. Siempre envidié otra oculta virtud de nuestro
Pepe: siempre ha sabido ser dueño de sus silencios.

Un abrazo “pa” todos lo foreros y visitantes ocasionales desde este Huesca tan lejano.

domingo, 17 de agosto de 2008

Enhorabuena Paco

Que sí, Paco, hombre, que esto no se le hace a los amigos. Se me estropeó el ordenata hace días y con los hijos de vacaciones por esos mundos de Dios, uno se quedó de náufrago en la isla de su propia casa, en el mundo real, dándole y dándole al remo del vivir cotidiano.
Ahora, conectado de nuevo al mundo virtual, entro y no paro de llevarme sorpresas, porque casi te encuentro de letrista de un tal David de María, al que acabo de tener el gusto de conocer gracias a ti, puedes decírselo. Y es que, Paco, me quedé en Manolo Escobar, en esto de la canción moderna, que le vamos a hacer.

Pasen…pasen y vean:" EL MUNDO AL REVES".Y al pasar el umbral del chamizo, aparecía una burra atada al pesebre por la cola. Era Peruche, ¿o no?, el padre de la genial idea.
Anécdota que viene al caso por estos días en que ya ni ingenio hace falta para sobrevivir y como homenaje póstumo a mi pobre padre que tanto le gustaba contar y volver a contarla “en llegando” los días de la instalación del ferial, como ahora.
Relato o chascarrillo que forma parte de uno de los paisajes más gratos de mi infancia. Perdón por el lapsus histórico, que uno tiene la memoria más allá que acá.

Enhorabuena por la entrevista, Sr. poeta, de amores terrenales y celestiales encendido. Y una observación final de amigo ¿no sería posible, Paco, que el poderoso Sr. Mister que todo lo puede, incluyera en dicha entrevista tus subtituladas respuestas, escritas en aras de una mayor inteligibilidad?

Intentaré daros un abrazo tanto a ti como a tu Sra. Madre y al Séneca de los Arenales el jueves o el viernes próximos, que hasta estoy ahorrando para bajar de nuevo a nuestro querido Sabiote, aunque ello me suponga no dormir bien durante dos noches de inhumanos ruidos festivos. Aguanto hasta dos días, como en San Fermín., más no debo en aras de la buena salud mental y física ¿no te parece sensato, Paco? Prometo bajaros unos socorridos tapones de oído a ti y a los tuyos como poderosos medicamentos anti-infarto. Un abrazo


Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino. Huesca