lunes, 23 de marzo de 2015

Al Colegio de Médicos de Huesca



                                                        Colegio de médicos de Huesca
                                                                                  Sr. Presidente
                                                                                                                                        
Hacer balance de las cosas y la vida siempre es un sentimiento agridulce, pero reflexiones como siguen me han obligado a hacerlas. Ojalá todos estos trapos se hubieran lavado en la doméstica intimidad.
Verán, el Colegio de médicos ha  venido siendo para mí, y supongo que para muchos de mis compañeros, como ese profesor que aprendió a desincentivar a sus alumnos para que pagaran y no vinieran siquiera a clase.
Uno, al finalizar la carrera, se encontró con que tenía que ser obligatoriamente adoptado por algo así como una madrastra “democrática”, nuestro Colegio, según rezaban y rezan sus Estatutos (apartado dos de su art. 1º). Decíase que era por nuestro bien, para protegernos, y aunque sabía que las cosas más creíbles y sagradas nunca deberían de llevar lo del obligado cumplimiento, sabía también lo de las lentejas…o te colegiabas o lo dejabas. Así es que aunque lo hice a regañadientes, luego,  poco a poco fui viendo la cosa y la casa como algo familiar en donde te permitían  tanto hacer fotocopias gratis, por ej. , como saber con enorme contento, otro valor añadido: que tendrías en la hora final el consuelo de una gran esquela mortuoria en la Prensa local por los servicios prestados. Y así, china chana, he sobrellevado la cuestión hasta llegar a donde estamos, a ver la feliz consolidación de un remedo de mini Corte Inglés, a un opulento reducto que tanto vale para un roto como para un descosido, y en donde puede gestionarse desde un seguro a un fondo de pensiones.
Y como se dijese que era una Institución llamada a la protección del colectivo, para luchar contra el intrusismo profesional, entre otros sublimes fines, un buen día y desde la bisoñez de mis años mozos, permítanme la anécdota: tras oír en un programa de radio Huesca un publirreportaje en que una curandera local decía que curaba las sinusitis echando dos gotas de limón cada dos horas en los ojos del “sufridor”, porque estaba comprobado que los bichos al notar la quemazón cercana salían huyendo hacia otros lares, uno, tras sobreponerse al impacto recibido, salíó hacia el Colegio con la denuncia en la mano. Pues bien, al mes, un buen día pregunté al Secretario por la evolución de la cosa y él, sonriendo, me respondió…gracias a tu denuncia, ahora tenemos en el colegio un cassette. La emisora nos entregó una cinta con la grabación y había que oírla. Lo oímos y ¡chico, qué horror! Increíble ¿verdad? Así quedó la persecución del peligro público, de la intrusa, pueden creérselo.
Podría extenderme con otras lindezas tan escandalosas como la anterior, pero que reservo por si hubiese lugar más adelante.
En fin, y para centrar el tema, sepan que para ocupar el puesto de Presidente, como también ocurre en la política, no hace falta control de calidad alguno. En la una, porque “te ponen”, y en la otra, la colegial, porque te pones, y cómo nadie suele querer competir, pues que te llegan a votar el 13% de la colegiación y todos tan felices. La democracia del poco más del diez por ciento. Un nuevo invento made in Huesca.
Pues bien, con estos mimbres, la nueva Junta directiva, por aquellos días tan reivindicativos como patéticos de La Marea Blanca, colocó un anuncio en este mismo Diario que decía…”El colegio de médicos de Huesca por la defensa de la Sanidad Pública”, pasando de cualquier recato. Un desvergonzado anuncio, al nivel de esas tórtolas que copulan frente a mi ventana. Al verlo, pensé…mal empezamos, ya está la nueva Junta gobernando como Julián el de la Pantoja gobernaba Marbella. Con la sharia, la prédica de la guerra santa contra el infiel: contra aquellos médicos o pacientes que hemos decidido hace ya muchísimos años, hacer de la libertad de ejercicio profesional y de la libertad constitucional de los demás a elegirnos, el norte de nuestras vidas. Sí, porque era un anuncio oficial moldeado como con una aleación del populismo tan en boga, y por otra parte, con el desconocimiento de los Estatutos de la Corporación de derecho público que debería regirnos, cuyo capitulo III, en su apartado 11 dice:”…defender los derechos y la dignidad de los colegiados que representa, proporcionando el debido amparo colegial, si fueran objeto de vejación, menoscabo o desconsideración en cuestiones profesionales”.
Y aunque el anuncio tuve que leérmelo dos veces para acabar de creérmelo, pensé con Sócrates…dejémoslo pasar que ”nadie hace el mal sino por ignorancia”, que acaban de aterrizar y seguro que los pobrecillos ni siquiera han tenido tiempo de leerse los Estatutos, como para no saber a estas alturas, que aunque apenas les haya votado nadie, están para defender a la totalidad del ejercicio profesional y no a una parte. Para no tener fijación sectaria alguna.
Lo dejé pasar, como se deja pasar una tormenta desagradable que deja frío en el cuerpo y en el alma, mientras me acordaba, por lejana simetría con el tema, del Conde de Aranda, tan cercano a Huesca. El exaltado que no levantaba apenas la voz y era capaz de todo, hasta el extremo de que porque odiaba a los hombres de Torquemada, llegó a acabar con la Inquisición. Pero hace un mes, encontré en el tablón de anuncios colegial el mismo mantra, el mismísimo anuncio insalubre y tóxico. Así es que solicité que se retirase, primero oralmente, vía empleados, y después por escrito al Presidente exigí que bajase del púlpito laico “la apologética cosa”.
Pues bien, como el mayor desprecio es no hacer aprecio, a día de hoy, sigue tanto el cartelito de marras como el obstinado silencio presidencial ante mi justificada reclamación. Sigue con su heroica terquedad, no queriendo admitir mi previa y privada reclamación, así es que ahora,  no me ha quedado más que el recurso de este pataleo. Que los médicos sabemos tan bien como cualquiera, que cuando nos equivocamos, casi nunca se nos denuncia por la mala praxis, si esta se ejerció previamente con humanidad, sino por la soberbia y el no reconocimiento posterior del fallo. Así son las cosas.
Resumiendo todo lo anterior y en lenguaje de mi pueblo: el Colegio de médicos ni puede ni debe poner anuncios tales, porque…a)”el beba Coca Cola” se pone con el dinero de todos y b) porque ya los Estatutos nos marcan que tanto la Pepsi- Cola como la Coca- Cola son las bebidas oficiales de la casa.
 Y, para terminar, siguiendo en el lenguaje simplón e inteligible anterior, tengo un querido amigo que es carnicero, dedicado en exclusiva al Ternasco de Aragón ¿qué diría Roque, caso de que le obligaran alguna vez a pertenecer a la Asociación de carniceros, si esta un buen día se levantara anunciando que sólo deberíamos consumir carne de pollo?.
Cuenta la literatura que Gracián decía de Quevedo que sus hojas( o los eslóganes de marras, diría un servidor) eran como las del tabaco, más de vicio que de provecho. Pues eso. Cordiales saludos

Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino
 Huesca -Hoy ha nacido la primavera


domingo, 1 de marzo de 2015

ICTUS SOCIAL



ICTUS SOCIAL

Ictus, del latin : golpe o ataque, diagnosticamos los médicos cuando de forma brusca y súbita notamos que algo se rompe en el interior propio o ajeno, llevándonos por regla general hacía la invalidez. Algo que ahora también puede percibirse, sentirse con auténtica preocupación, que se está produciendo en nuestra sufrida ciudadanía, nuestro cuerpo social. Y es que los motivos que debieron darnos todos los días nuestros políticos de cualquier signo para ser queridos, han pasado ya al terreno de los sueños democráticos, de las quebradas esperanzas, de los golpes que da la puñetera vida. Muchos de ellos, visto está, han ejercido más para la ostentación y el gasto que para el humilde servicio a todos nosotros.
A los médicos, por el contrario, siempre nos enseñó Hipócrates que el primer trato con el paciente debe de ser “gracioso, alegre y agradable”. Actuando así, con sencillez, todas las encuestas siguen queriéndonos y apreciándonos, porque hemos prescrito desde la noche de los tiempos el amor y el respeto a nuestros pacientes como el mejor de los remedios para mantenerlos despiertos e inmunoestimulados. Todos sabemos que a los humanos, sean quienes sean, se les conoce por su respuesta y sensibilidad hacia los pequeños problemas de sus vecinos. Y la reputación de un Ayuntamiento está precisamente en eso, más que en hacer costosísimos e inservibles palacios de lo que no hace falta.
Pues bien, por si éramos pocos y no teníamos bastante con los partidos políticos  tradicionales, ahora nos ha parido la abuela. Nos han surgido nuevos encantadores de la voluntad ajena que con augurios, promesas y coletazos mil, nos quieren tanto mostrar la proa de la felicidad futura como alterarnos, a otros tantos, el sueño.
Y los montes, en su difícil parto, nos están pariendo ratones, porque la sequedad ambiente no proporciona ya fertilidad suficiente para que pudiera persistir el consuetudinario monocultivo político, de bajo rendimiento social, de los treinta y cinco años últimos. Los vendimiadores de la Cosa Pública se olvidaron de que cosechar supone abonar mucho previamente, hasta llegar con tan descuidada ocupación a llevarnos donde estamos, al “ellos no nos atienden, pues nosotros lo tenemos claro, no les votaremos”. La culminación de nuestro desafecto. Que una mínima fuerza basta para destruir lo que está roto, decía Cicerón en su estudio sobre la vejez.
A los unos y a los otros los hemos venido sintiendo ser incapaces de meterse dentro de los pequeños dramas de cualquier ciudadano, atentos, eso sí, a los grandes dramas, a las tragedias que puedan acarrear siempre la prensa o la televisión amigas: el maquillaje con el que han tapado su otra inoperancia ante todos los agravios ciudadanos no debidamente atendidos. Aspirando así siempre a pescar votos, poniendo únicamente en el anzuelo, tanto su presencia como su falta de sensibilidad y de servicio hacia todos nosotros. Desconocedores ellos de que el voto, cada vez más, solamente está unido a los partidos por el extremo de un fino hilo, tan frágil, que un solo desprecio o no consideración de las pequeñas quejas o necesidades sociales puede romperlo.
Afortunadamente, existe la otra cara de la moneda, la excepción de la regla. La de alcaldes que no alardeando de virtudes ni repartiendo excusas, cual si fueran prospectos de su incompetencia, supieron quedar en la memoria de los suyos. Acabo de leer “Contra la ceguera” de Julio Anguita. ¿Recuerdan el revuelo nacional que provocó allá por los albores de nuestra joven democracia, el que él, historiador, maestro y comunista llegase a ser alcalde de una ciudad, Córdoba, tan tradicionalmente de derechas?
Pues bien, como luego se vió, no sólo no llegó a comerse ningún niño, sino que en su segunda legislatura sacó una mayoría absoluta que sorprendió al mismísimo mundo mundial, porque los cordobeses comprobaron y comprendieron que el hábito puede no hacer al monje y que ante la sencillez, la eficacia y la honestidad, florecillas tan raras y delicadas como la del edelweiss, cualquier alma puede quedar prendada. Julio Anguita, un hombre culto y sencillo, de esos que jamás vistieron caros trajes de Hugo Boss ni corbatas rojas de macho alfa. Y limpió, dió seguridad y llevó agua y luz a sus barrios marginales como nunca antes nadie lo había hecho, de forma que ahora, ellos o su Judería son un espejo en que cualquier alcalde/sa podría peinarse.
A diferencia de aquí, por ejemplo, y aprovechando como no, que el Isuela pasa por Huesca. Permítanme el totum revolutum, el mezclar el partido nuevo de la P (de la Puñetera utopía, o el de hacer la Pascua, que diría un fundador de la Codorniz), con la desafección política reinante y con el problema que sigue, que me ocupa y preocupa, al hilo de lo antedicho, lo de los políticos antropófagos que han venido con todo su malhacer, comiéndose el voto de sus votantes, cuáles Saturnos devorando a sus propios hijos.
Verán, escribo lleno de aflicción por sentirme realmente agredido, cegado por el atropello sufrido, sintiéndome un indefenso ciudadano, indignado y pisado por la dejadez de nuestro Ayuntamiento, porque la fachada posterior de mi consulta, en pleno centro de la calle Boltaña, la vienen llenando durante los últimos veinte años de excrecencias mentales, de grafittis, y siempre, siempre, hemos tenido que repararla en callado silencio los propietarios. Pero ya vale, después de los previos y reglamentarios avisos de clarín al Presidente de la plaza.
Aquí va, permítanme, un botón de muestra del real alcance de nuestro desafecto. Puse la denuncia oportuna en el juzgado y lo comuniqué verbalmente y por escrito al Ayuntamiento en dónde se me dijo que incumbía, una vez más, a los vecinos la reparación del acto vandálico. Me encontré, ante la demanda de amparo, en suma, con ediles como esos señoritos de mi tierra andaluza que ante un pobre siempre tienen en la boca el cariñoso… “Dios le ampare”. Salí de él, el Ayuntamiento, pensando… y ¿qué pasaría si en el lugar de un lamentable pintarrajo, este hubiera puesto por ejemplo… “el jefe de la oposición municipal y la alcaldesa son personas de poca altura”? (lo diría el grafitti, faltaría más, que no sería yo quien lo dijese, Dios me libre, Jesús!)
¿A qué estarían sobrados de razones para borrarlo inmediatamente? Cosas ofensivas, sin duda, aunque inherentes a la libertad de opinión ajenas y casi tanto como nuestras deshechas fachadas, pero que al parecer no ofenden más de lo debido a nadie que no sea la sufrida propiedad.
¿Ve Ud. lo que ha conseguido,  mi otrora admirada y respetada Sra. Alós, y por analogía todos los grupos políticos clásicos. Lo que están consiguiendo por no atender debidamente las quejas ciudadanas, por haber olvidado que, como en los toros y en casi todo, menos cuando no es así, el público siempre tiene la razón?
Por todo ello, y mil pequeños agravios más que no cabrían ni en la inmensidad de la locura del Palacio de Congresos, cuando lleguen las elecciones no tendrán ningún derecho a lamentarse por nada.
Atentamente
Post Data: leído a un viejo humorista: “Votar es poner la carne propia en el asador del otro”



Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino