domingo, 1 de marzo de 2015

ICTUS SOCIAL



ICTUS SOCIAL

Ictus, del latin : golpe o ataque, diagnosticamos los médicos cuando de forma brusca y súbita notamos que algo se rompe en el interior propio o ajeno, llevándonos por regla general hacía la invalidez. Algo que ahora también puede percibirse, sentirse con auténtica preocupación, que se está produciendo en nuestra sufrida ciudadanía, nuestro cuerpo social. Y es que los motivos que debieron darnos todos los días nuestros políticos de cualquier signo para ser queridos, han pasado ya al terreno de los sueños democráticos, de las quebradas esperanzas, de los golpes que da la puñetera vida. Muchos de ellos, visto está, han ejercido más para la ostentación y el gasto que para el humilde servicio a todos nosotros.
A los médicos, por el contrario, siempre nos enseñó Hipócrates que el primer trato con el paciente debe de ser “gracioso, alegre y agradable”. Actuando así, con sencillez, todas las encuestas siguen queriéndonos y apreciándonos, porque hemos prescrito desde la noche de los tiempos el amor y el respeto a nuestros pacientes como el mejor de los remedios para mantenerlos despiertos e inmunoestimulados. Todos sabemos que a los humanos, sean quienes sean, se les conoce por su respuesta y sensibilidad hacia los pequeños problemas de sus vecinos. Y la reputación de un Ayuntamiento está precisamente en eso, más que en hacer costosísimos e inservibles palacios de lo que no hace falta.
Pues bien, por si éramos pocos y no teníamos bastante con los partidos políticos  tradicionales, ahora nos ha parido la abuela. Nos han surgido nuevos encantadores de la voluntad ajena que con augurios, promesas y coletazos mil, nos quieren tanto mostrar la proa de la felicidad futura como alterarnos, a otros tantos, el sueño.
Y los montes, en su difícil parto, nos están pariendo ratones, porque la sequedad ambiente no proporciona ya fertilidad suficiente para que pudiera persistir el consuetudinario monocultivo político, de bajo rendimiento social, de los treinta y cinco años últimos. Los vendimiadores de la Cosa Pública se olvidaron de que cosechar supone abonar mucho previamente, hasta llegar con tan descuidada ocupación a llevarnos donde estamos, al “ellos no nos atienden, pues nosotros lo tenemos claro, no les votaremos”. La culminación de nuestro desafecto. Que una mínima fuerza basta para destruir lo que está roto, decía Cicerón en su estudio sobre la vejez.
A los unos y a los otros los hemos venido sintiendo ser incapaces de meterse dentro de los pequeños dramas de cualquier ciudadano, atentos, eso sí, a los grandes dramas, a las tragedias que puedan acarrear siempre la prensa o la televisión amigas: el maquillaje con el que han tapado su otra inoperancia ante todos los agravios ciudadanos no debidamente atendidos. Aspirando así siempre a pescar votos, poniendo únicamente en el anzuelo, tanto su presencia como su falta de sensibilidad y de servicio hacia todos nosotros. Desconocedores ellos de que el voto, cada vez más, solamente está unido a los partidos por el extremo de un fino hilo, tan frágil, que un solo desprecio o no consideración de las pequeñas quejas o necesidades sociales puede romperlo.
Afortunadamente, existe la otra cara de la moneda, la excepción de la regla. La de alcaldes que no alardeando de virtudes ni repartiendo excusas, cual si fueran prospectos de su incompetencia, supieron quedar en la memoria de los suyos. Acabo de leer “Contra la ceguera” de Julio Anguita. ¿Recuerdan el revuelo nacional que provocó allá por los albores de nuestra joven democracia, el que él, historiador, maestro y comunista llegase a ser alcalde de una ciudad, Córdoba, tan tradicionalmente de derechas?
Pues bien, como luego se vió, no sólo no llegó a comerse ningún niño, sino que en su segunda legislatura sacó una mayoría absoluta que sorprendió al mismísimo mundo mundial, porque los cordobeses comprobaron y comprendieron que el hábito puede no hacer al monje y que ante la sencillez, la eficacia y la honestidad, florecillas tan raras y delicadas como la del edelweiss, cualquier alma puede quedar prendada. Julio Anguita, un hombre culto y sencillo, de esos que jamás vistieron caros trajes de Hugo Boss ni corbatas rojas de macho alfa. Y limpió, dió seguridad y llevó agua y luz a sus barrios marginales como nunca antes nadie lo había hecho, de forma que ahora, ellos o su Judería son un espejo en que cualquier alcalde/sa podría peinarse.
A diferencia de aquí, por ejemplo, y aprovechando como no, que el Isuela pasa por Huesca. Permítanme el totum revolutum, el mezclar el partido nuevo de la P (de la Puñetera utopía, o el de hacer la Pascua, que diría un fundador de la Codorniz), con la desafección política reinante y con el problema que sigue, que me ocupa y preocupa, al hilo de lo antedicho, lo de los políticos antropófagos que han venido con todo su malhacer, comiéndose el voto de sus votantes, cuáles Saturnos devorando a sus propios hijos.
Verán, escribo lleno de aflicción por sentirme realmente agredido, cegado por el atropello sufrido, sintiéndome un indefenso ciudadano, indignado y pisado por la dejadez de nuestro Ayuntamiento, porque la fachada posterior de mi consulta, en pleno centro de la calle Boltaña, la vienen llenando durante los últimos veinte años de excrecencias mentales, de grafittis, y siempre, siempre, hemos tenido que repararla en callado silencio los propietarios. Pero ya vale, después de los previos y reglamentarios avisos de clarín al Presidente de la plaza.
Aquí va, permítanme, un botón de muestra del real alcance de nuestro desafecto. Puse la denuncia oportuna en el juzgado y lo comuniqué verbalmente y por escrito al Ayuntamiento en dónde se me dijo que incumbía, una vez más, a los vecinos la reparación del acto vandálico. Me encontré, ante la demanda de amparo, en suma, con ediles como esos señoritos de mi tierra andaluza que ante un pobre siempre tienen en la boca el cariñoso… “Dios le ampare”. Salí de él, el Ayuntamiento, pensando… y ¿qué pasaría si en el lugar de un lamentable pintarrajo, este hubiera puesto por ejemplo… “el jefe de la oposición municipal y la alcaldesa son personas de poca altura”? (lo diría el grafitti, faltaría más, que no sería yo quien lo dijese, Dios me libre, Jesús!)
¿A qué estarían sobrados de razones para borrarlo inmediatamente? Cosas ofensivas, sin duda, aunque inherentes a la libertad de opinión ajenas y casi tanto como nuestras deshechas fachadas, pero que al parecer no ofenden más de lo debido a nadie que no sea la sufrida propiedad.
¿Ve Ud. lo que ha conseguido,  mi otrora admirada y respetada Sra. Alós, y por analogía todos los grupos políticos clásicos. Lo que están consiguiendo por no atender debidamente las quejas ciudadanas, por haber olvidado que, como en los toros y en casi todo, menos cuando no es así, el público siempre tiene la razón?
Por todo ello, y mil pequeños agravios más que no cabrían ni en la inmensidad de la locura del Palacio de Congresos, cuando lleguen las elecciones no tendrán ningún derecho a lamentarse por nada.
Atentamente
Post Data: leído a un viejo humorista: “Votar es poner la carne propia en el asador del otro”



Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino

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