LA PATAGONIA o la agonía de la mala pata
Si a Vd. le gusta viajar, le interesa, siga leyendo. Si
no es así, mejor pasar de todo esto, porque está leyendo las palabras de un
bicho raro, según mi señora. Alguien que desde hace años lleva “tuneándose” la casa,
que diría un hombrecito moderno y parco en palabras, con los libros y música
suficientes y necesarios como para atravesar el proceloso mar de la vida sin
otras mayores necesidades.
Pero ella, que cree que como fuera de casa no se está en
ningún sitio, de cuando en cuando ahorra para conminarme finalmente a salir,
bajo su impiadosa reflexión de siempre ante los hijos…”miradlo, miradlo, va a
acabar tan raro como acabó su padre, vuestro abuelo…hablando sólo a la tv y no
queriendo saber nada con nadie”.
Así es que al final, la natural y consuetudinaria
cobardía varonil acaba por imponerse y uno, a regañadientes, se pone a hacer la
maleta, aún a sabiendas de que el mejor régimen para el gobierno de su propia
vida, no pasa nunca por la timocracia de algunos viajes. Pero por aquellos días
existían además, para no negarse, unas 155 poderosas razones que invitaban
imperiosamente a escaparse un pequeño tiempo de la famosa matraca, la preocupante
intoxicación catalana.
En esta última
ocasión la cosa iba, según se me advirtió previamente, de pingüinos, elefantes
marinos, ballenas, cataratas gigantescas e hielos a granel, como si no
tuviéramos por aquí, el Pirineo, nieves y naturaleza para dar y tomar…y hasta
mucho más viento que por la inhóspita Península de Valdés, con sus Maras, sus
gigantescas liebres y sus Guanacos, tan aprovechables para los nativos como
nuestros cerdos. Una inmensidad de terreno como nuestros desérticos Monegros,
pero a lo bestia, vamos.
Y ya saben que para ir, hay que subirse, inevitablemente,
al avión, pero como a uno, les decía, le gusta mucho más leer que viajar, a los
pocos minutos, abrió Plataforma de Mitchell Houellebecq, el terrible autor
francés en cuyas páginas iniciales puede leerse…”coger un avión, actualmente,
equivale a que a uno le traten como una mierda durante todo el vuelo. Encogido
en un espacio insuficiente, cuando no ridículo…etc, etc”, mientras, segundos después,
con los ojos cerrados, pedía al buen Dios sobrevivir al vuelo y recordaba
aquello otro del gran Pascal a mitad del siglo XVII…”la mayor parte de las
desgracias que les ocurren hoy día a las pobres gentes, son por no saberse
quedar en sus casa y en su salón, leyendo tranquilamente”
Andaba sumergido en medio de semejante estado de ánimo y
lecturas, cuando comenzó lo inesperado, un terrible dolor abdominal que precisó
de atención médica a nuestra llegada a Ushuaia, allá por los confines del
mundo. Y como cometí el impertinente desliz de decir que era médico, el temible
Síndrome del recomendado se hizo presente, atendiéndoseme de forma negligente,
incompleta, por un especialista que de sobra sabía que no volvería a encontrar
otra asistencia especializada parecida en los siguientes tres mil km a la
redonda. Pero había que seguir al guía, para llegar a El Calafate, mientras
algunos colegas del grupo no escatimaban en darme “consoladores y cariñosos
consejos”, tipo…vete inmediatamente para España, que he oído que nuestro fiscal
general, acaba de morirse en Buenos Aires de una infección renal. Así es que
llegados a la antedicha ciudad, patria chica de los Kirschner ,y viendo su
nuevo y coqueto hospital, comenzamos a tranquilizarnos, hasta tan sólo un
minuto después, en que comprobé con
dolor mayor aún, como al ver que no había el especialista oportuno, y que por
tanto un cirujano de cuyo nombre prefiero no acordarme, con más amabilidad que
pericia, tuvo que intentar sondarme
infructuosamente, mientras se le oía mascullar…creo que la “ejecución no va
bien y puedo hasta estar haciendo una falsa vía “. La ejecución, la ejecución y
sus mayores espinas para mi corona. Afortunadamente, abochornado, decidió solicitar
ayuda de otro compañero, que más resolutivo, atendió la urgencia hasta el día
siguiente, en que tras otros miles de Km, pude llegar al hospital Alemán de
Buenos Aires, donde me reencontré con la medicina de excelencia que uno sueña y
que siempre debería de tener a su lado cuando piensa que lo necesita, y más sabiendo que lleva la
curación en el bolsillo, que decían los clásicos. Allí, al verme tan afectado
por lo padecido los dos días anteriores, con lacónico y tranquilizador saludo,
oí las mágicas palabras por parte del especialista correspondiente…”tranquilo,
Sr. que ahora no está Vd. en El Calafate”; para a continuación resolver la
situación con una puntuación máxima tanto a nivel humano como profesional.
Viene todo el rollo anterior, tan personal e íntimo, ya
perdonarán, por las líneas que siguen, por el afán ético-profesional de
informarles, en la pretensión de que saquen sus propias conclusiones y
provecho.
Verán, en cuánto comuniqué al Seguro de viaje en
Barcelona mi preocupante situación, ellos, bien es verdad, me enviaron de
inmediato a su asistente-espía. Me explico. Enviaron a un diligente comercial
que extremó su celo hasta el límite de colarse en la consulta a que me condujo,
a pesar de mi asombrada cara y pertinente observación. Y, uno, que dolorido,
sólo imploraba alivio, no cayó en la cuenta de que estaba allí de notario de
mis datos clínicos, para a continuación, utilizar en mi contra cualquier cosa
que pudiera venir en la letra pequeña del contrato de seguro…cualquier
enfermedad preexistente de “posible correlación” con sus intereses. Encontrar
algo, en suma, como se dice en el mundo jurídico, que pudiera utilizarse a su
favor…y en mi contra, obviamente, para poder decirte al día siguiente eso de …lo
sentimos,dejamos de prestarle cobertura médica…búsquese la vida y vuélvase a
nado desde Buenos Aires si es que sabe nadar; mientras uno, buscando soluciones
posibles de regreso urgente, pueda ir acordándose del articulo 24 de nuestra
Constitución…”todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de
los jueces y tribunales el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin
que en ningún caso pueda producirse indefensión”. Acordándose de eso, del
principio que dice aquello de que quién acusa tiene primero y siempre que probar,
y que la vulneración de la presunción de inocencia no debería ser cosa baladí.
Y, por acabar y resumiendo, de la misma manera que a
través de leyes máximas se nos enseña a no decir nada que pudiera ir contra
nuestros intereses de defensa, de igual manera, quedan informados con la mejor
y sana voluntad, por un médico, un servidor, a no decir en cualquiera de sus
próximos viajes, nada de su vida médica anterior, fuera del ámbito
estrictamente médico, que pudiera ser correlacionado, unilateral, caprichosa y
arbitrariamente con el padecimiento presente, porque podría acarrearle de
inmediato un daño y agravamiento lesivo aún mayor .
Vdes, y hasta ese día, deberían decir siempre a los no
profesionales, que han sido la salud andante, el paradigma de una vida tan sana
como alejada de médicos y de boticas ¿entendido?
Finalmente, no quisiera ser agorero, sean felices,
disfruten de sus viajes pero sean en suma, tan listos como el propio Cóndor
Argentino, el Jote, ese buitre al que sus padres ya lo hacen nacer desprovisto
de plumas en la cabeza, para no tener que mancharlas al comer carroña.
Feliz año.
Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino
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