domingo, 8 de septiembre de 2019

MORIR DE ÉXITO


MORIR DE ÉXITO

Casi la hemos incorporado como una expresión coloquial para advertir a los seres próximos y queridos, emergentes en lo suyo, cuyas cabezas vemos llenas de feroces deseos de sobresalir o de derrotar ya a los adversarios profesionales, ya a la mismísima vida. Y, lo hacemos, porque hemos crecido bajo los sabios consejos de maestros como Gracián, cuando nos decía aquello de que “los hartazgos de la felicidad son mortales” y por tanto, nos prevenía, apoyándose posiblemente en otro sabio anterior, Sancho Panza, cuando nos sermoneaba con sus refranes: “se dice por ahí que la rueda de la fortuna anda más triste que una rueda de molino, y que los que ayer andaban en pinganitos ( en próspera fortuna), hoy están por el suelo”.
Pues bien, en lugar de utilizar nuestra profunda sabiduría hispana, legada por sabios y literatura en hacer la debida medicina preventiva para evitar las desgracia, los terribles descalabros personales de muchos de nuestros deportistas y personajes de éxito, parece como si todos nosotros nos empeñásemos en todo lo contrario, en jugar con ellos, negándoles todo lo anterior, para intentar  que se rompan más pronto que tarde.
Sólo así se explicaría el afán de la sociedad en general por no decirles aquello que ya sabemos desde Hipòcrates, hace veintitrés siglos: “el hombre debería de saber que del cerebro y sólo de él proceden la alegría, el gozo, las tribulaciones, el sufrimiento y los cambios de humor”, y no solo de recordarles esto, sino de hacer todo lo contrario, tanto federaciones como medios audiovisuales o políticos, metiéndoles en sus atormentadas, limitadas y pobres cabezas( con las excepciones que todos queramos y sepamos encontrar), aquello de : si no te superas, si no adelantas, si no saltas mejor o no eres un número uno, si no consigues una medalla…no eres nadie. El mantra que tienen que oírse y padecerse todos los días hasta conformarse un neurótico yo, sin tiempo alguno para la reflexión y autocrítica más elemental sobre la propia vida y el peor e incierto futuro que les puede esperar, lejos ya de los focos y podiums mediáticos., mientras muchos oscuros políticos, sin brillo alguno, ven la ocasión ideal para convertirse en sus patogénicos incensarios y, en la pescadilla que se muerde la cola, no desaprovechan ocasión alguna para fabricarles evento tras evento, con tal de subirse, también ellos, al escenario que haga falta, siempre que haya cámaras de por medio. Felices, todos, de salir por fin en la Tv, aunque sea sobre los lomos de la vanidad ajena, mientras los demás, viéndolos, no podamos de dejar de pensar en aquello otro que el bachiller Sansón dijera: “Mirad, Sancho, que los oficios mudan las costumbres y podría ser que viéndoos Gobernador, no conociésedes ni a la madre que os parió”.
Y, Lo recordamos mientras vemos su compulsiva necesidad de autoafirmación y su superego de auténticos pavos reales, desplegando todos sus tatuajes como plumas de estatus y de sobrante dinero, capaz hasta de ser derramado en la más frívola de las modas posibles. Envanecidos, decía, de lo poco que saben y sin considerar jamás lo mucho que ignoran, como otro sabio tiene dicho también. Hinchados con el caprichoso soplo de su terrenal y efímera suerte.
Viene todo lo anterior al hilo de nuestros famosos juguetes rotos, de Blanca Fdez. Ochoa, q.e.p.d, de Urtain, de Amparo Muñoz, de Marisa Medina, de Julio Alberto, de Maradona o de Perico Fernández, entre otros mil ejemplos de famosos que no supieron gestionar bien sus vidas o fortunas, para acabar como sabemos que acabaron, más o menos muertos, mutilados, minusválidos o afectados por la depresión “exvacuo”, que dicen los psiquiatras: la que aparece por la pérdida de un objeto que ha conferido identidad, poder, dinero o prestigio.
Sabemos de lo que hablamos, porque hemos tenido “la desgracia” de vivir en primera persona el drama de tener una hija deportista de élite, de las que llegan hasta ser séptima mundial en lo suyo, pero que tras sufrir lo indecible  entre los brazos de sus ineptos e impresentables presidentes de deportes de invierno, tuvo la suerte de tener unos padres que, recordándole todos los días que sólo tenía humo entre las manos, supieron invitarla a ir estudiando para incardinarse, final y felizmente, en el mundo laboral.
Dícese que en la sabia y antigua Roma, sus laureados héroes eran incluidos al final de sus medallas en la nómina del Estado. Pues bien, viendo lo visto, pondría una obligada asignatura en nuestros centros de alto rendimiento deportivo: el que vieran un día sí y otro también aquél documental de Summers…”Juguetes rotos”, en el que se narra de forma entrañable el patético final de las cigarras, de los no previsores.
 Y dice también, para terminar, un proverbio marroquí: “Que Alá te dé una vejez sana y alegre, fruto de una juventud sobria y contenida”. Pues eso.

Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino

miércoles, 4 de septiembre de 2019

LA GUARDIA CIVIL


LA GUARDIA CIVIL

           Publicado en Tribuna Altoaragonesa del Diario del Altoaragón el 28/12/02, tras uno de tantos atentados sufrido por alguno de sus miembros y rescatado de mi personalísima memoria histórico/literaria, como especial dedicación a Pablo, un admirador del Duque de Ahumada, con el deseo de que su doloroso posoperatorio pase más pronto que tarde.
             ¿Qué sería de todos nosotros, de nuestra democracia, sin sus incondicionales servicios y prestaciones?. Uno, que no puede dejar de ser crítico con el resto de políticos y cosas, manifiestamente mejorables, no deja de asombrarse y emocionarse ante sus mil benefactoras y protectoras acciones. Hombres capaces de aguantar todo lo inimaginable. ¿De qué pasta estarán hechos nuestros queridos guardias civiles?.
Hubo una época de mi vida en que si no llegaba a entender lo del tricornio, lo de su seriedad obligada, si podía entender el que llegaran a cuadrarse ante mi padre, aquél gran regalo para mis sentidos de niño, cuando acompañándolo a la revisión de la escopeta, y aunque lo hiciera con su viejo mono de trabajo lleno de harina, el poderoso cabo de mi pequeño pueblo andaluz, no dejaba por eso de cuadrársele: él, el símbolo de la autoridad y el poder, nada menos.
Y entonces me parecía, con delectación, que mi pobre padre debería de ser, ante su gesto, un hombre grande e importante. Gracias a aquella simple y obligada gentileza, hasta pudiera ser que uno creciera siendo un niño un pelín más feliz. Nunca lo he agradecido bastante.
Luego, llegó la adolescencia y como todas las proteínas eran bienvenidas al puchero familiar, aprendí a traer del monte próximo todos los conejos que se pudieran interponer en mi camino, dedicando  horas y horas de espera  al gratificante y productivo furtiveo. Por ello me persiguieron en alguna ocasión, obligándome incluso a beber en la huida, en charcos de podrida agua, una vez acabada el agua por el sofocante agosto jienennse. Comprenderán que por entonces, ante nuestros discrepantes intereses, llegué a odiarles, en un desencuentro emocional puramente coyuntural. Y es que en los años sesenta, años aún de carestías, la licencia de caza en los sitios apartados, era moda y costumbre el “llevarla pegada en las alpargatas de esparto”.
Pero pasó la vida y la adolescencia, y un buen día me sorprendí examinándolos como médico militar, seleccionando a los mejores en aquellos durísimos “casting” que promovía la empresa y que les obligaba, incluso, a pasar tres años ejerciendo  sin mancha alguna, para recibir el Ok final, antes de su inclusión definitiva en ella.
De aquellos exámenes médicos, llenos de miedo y nervios, aún recuerdo cosas imborrables…
Mi capitán, si paso, diga Vd que me manden al país vasco, que ya verá como yo solito sabré acabar con aquella gentuza…me decía un voluntarioso cachas, mientras yo hacía mis correspondientes esfuerzos por aguantarme la risa.
Y, nos llegó “la cara democracia”, haciéndonos temer entre otras posibles cosas ,el que la vieja disciplina y eficacia pudiera perderse, resquebrajarse, como tanta y tanta otra cosa fue abriéndose en patético canal, en medio del común convencimiento de que la llegada de la democracia nos estaba trayendo eso…el hacer cada quién lo que pudiera salirle de los mojinos-
Creencia que, ya lo vimos luego, llegó incluso a la mismísima casa de su director general, el bochornoso e impresentable Sr. Roldán, el que llegó incluso a vaciarles las arcas a sus huérfanos y al que cualquiera de nosotros, pasados los años, pero sin aún devolver los ochocientos millones desaparecidos, puede llegar a encontrarse en cualquier museo de Moscú acompañando a una rubia y riéndose de todo lo que haya que reírse.
Los han ido matando, en permanente goteo, pero ellos, con un sueldo ligeramente superior al de cualquier digna cajera de cualquier digno establecimiento, han sabido seguir calladamente, dando ejemplo de disciplina y continuado rigor profesional, mientras seguían viviendo segregados, en demasiadas ocasiones, social y peligrosamente , muchas veces en sus destartaladas y húmedas casas cuarteles.
El último asesinado, a lo mejor era un “polilla”, así llamados en el Cuerpo, cariñosamente hablando, a los hijos, nietos o biznietos de la honrosa Institución: gentes de raza pura y dura que han crecido mientras mamaban el servicio a los demás, yendo de acá para allá, y percibiendo en su mismísima entraña familiar como el continuado afán de servicio a los demás es una de las formas más exquisitas de las que el hombre puede valerse para sentirse auténticamente hombre.
Salen corridas estas letras al hilo de la inevitable emoción, tras ver como hace pocos días y por las afueras de Madrid, una sencilla pareja de guardias civiles, deteniendo a unos malnacidos de ETA, han acabado salvando la vida de nuestros hijos y de cualquiera de nosotros, mientras acabo rogando a los cielos porque esa nefasta y novedosa idea expuesta los pasados días (de algún nefasto político al uso), de hacerles patrullar aisladamente, quede sólo en eso, en una mala idea, en una extraña broma contra la secular y eficaz pareja nacida allá por la noche de los tiempos por la genialidad de Isabel II.

Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino



lunes, 2 de septiembre de 2019

OLOR A TREMENTINA


OLOR A TREMENTINA
Ha sido el último olor, el que nos hemos traído para el recuerdo, tras habernos padecido anteriormente  otro intenso y desagradable a alcanfor, a cosas semiapolilladas y viejas, que nos han hecho caminar con la nariz tapada.
Verán, aunque andaluces viviendo en una Comunidad vecina, por mil cosas tenemos un vínculo inevitable emocional y personal con Cataluña. La primera, porque nuestro querido padre , q.e.p.d, con sus tiernos dieciocho años y por ser rojillo y andaluz, fué destinado durante sus tres años largos años de guerra incivil al frente de Mollerusa, a Golmés, exactamente, y porque el mantra de su nombre fue casi la única nana que tuve en mi pobre infancia, desde años atrás no puedo vivir en paz con la vida si de vez en cuando no paso en peregrinación laica por allá, con la sola idea de derramar alguna lágrima tanto por las cosas que pasaron, por las que pasan y hasta por la efímera existencia.
Y lo hago, créanlo, sin pensar jamás que esta tierra pueda habernos robado algo, ni que nos pueda deber aún a mi familia el impagable precio de haberla defendido durante tres atormentados  años.
Blandenguerías previas aparte, bien es verdad que siempre, después, la playa de San Salvador acaba reconciliándonos con todos nuestros fantasmas. Ella es la culpable de que tuviéramos olvidados los paisajes interiores, de forma que casi eran veinte años los que llevábamos diciéndonos el que teníamos que subir al viejo pueblo, ese que, detenidos en el peaje de su falda, veíamos una y otra vez como nos miraba desde su atalaya, con el parecido desdén y señorío como sólo saben hacerlo los señoritos andaluces, desde la altura de su prepotencia y su caballo.
Pero hace unos meses estuvimos visitando Cuba y en uno de sus fabulosos resort caribeños para turistas, un añoso y educadísimo matrimonio se acercó a saludarnos…
       Qué felicidad el oírles por acá, queridos amigos españoles. Yo también, aunque viviendo desde hace mucho en la Argentina, soy de allá, de un pueblito bonito y chiquito que se llama San Vicente de Calders. Acabó diciéndonos el caballero, a la vez que pedía el que si algún día pasábamos cerca, subiéramos a su Iglesia a darle un abrazo a su Sta. Ana querida.
Así es que esta mañana de ventoso agosto hemos subido al fin a cumplir con la palabra dada; pero nuestra ilusión de subida, pronto se ha visto truncada al vernos en medio del triste espectáculo de una bonita Iglesia “Lazi” (con lazos, entiéndase), envuelta de forma fashion entre ropajes modelo ·fet diferencial· y con ikurriña incluida, como esperpéntica guinda del pastel…una Iglesia, en suma, cerrada y muerta, intentando, eso sí, ejecutar un vociferante solo de trasnochado nacionalismo, a estas alturas en que tras ir los pasados días por la costa en bici, había visto, con esperanza, como los ciento de esteladas de hace tan solo un año, cuando el cénit de la epidemia de tosferina, había descendido ya casi hasta el 90%, una vez pasada ya la  aguda fase febril, por lo que no pude evitar el pensar sobre la marcha en el patético recuerdo de aquellos pobres japoneses que aún cuarenta años después de acabada la segunda guerra mundial, andaban escondidos, pobrecillos, por las selvas Birmanas, por no haberse enterado de que la cosa estaba ya superada, iba por otros derroteros.
Pobre Iglesia, ultrajada en su frontispicio por  signos de identidad política, tan ajenos ellos a lo que debería ser la Igualdad, la fraternidad y la solidaridad, lo más intrinsicamente humano y revolucionario. Oliendo  a alcanfor y anclada en el superado Viejo Testamento, aquél del Dios rencoroso y de un solo pueblo, pero que como contradictoria “cosa”, intenta dar una vanguardista comunión a sus adeptos con horribles lazos amarillos, superada ya la otra, la de las ruedas de molino, la de toda la vida.
De verdad que cuesta trabajo imaginar el porqué Vdes, clero secular, han pasado de jugar a las cartas con el boticario a meterse cuál aburridos Quijotes en causas que no le corresponden, llegando a ser como deleznables Okupas en una casa que es de todos, el sufrido pueblo de Dios, para acabar, ya lo vemos, ultrajándola mediante la imposición de banderitas de su equipo.
Aunque podemos deducirlo: de tal Obispo…tal astilla, que Iglesia y poder siempre han maridado tan bien como desde siempre lo han hecho una anchoa y una aceituna, por decir algo. Así es que, mosén, visto lo visto, y como uno andaba muy justito de fuerzas de fe y sólo procuraba mantener las necesarias para poner la cruz solicitada por Vdes en la preceptiva declaración de Hacienda, puede decirle desde ya a su jefe, ese que recoge la recaudación final, que hasta aquí hemos llegado y que contra los experimentos que él hace, ya lo ve, nosotros podemos tener el más hispánico y de sobra contrastado…el de la gaseosa.
Afortunadamente y tras el cabreo, a la salida, Sta. Ana, que no debe de olvidar a las gentes de buena voluntad, obró el pequeño milagro de presentarnos a un inesperado vecino con olor a trementina y a la vieja usanza: amable, culto y viajado, nada endogámico, que nos ha permitido volver a casa con el dulce sabor y conciencia de que el hombre aún no ha dejado de existir entre los hombres.
Y, acabo. El efecto final de toda esta cansina historia de buenos y malos, no tenga la menor duda, Sr. Mosén de la pedanía , es que “va a acabar retratando: a unos, en su miseria, a otros en su dignidad, y a los más, en espectadores acoquinados y perplejos”, como un notable catalán tiene sabiamente dicho.
De sobra también lo sabemos, porque el caústico e irreverente como VD. mismo, Voltaire, nos lo dijo hacen ya más años, que “la Iglesia, cuando pide para Dios, siempre acaba pidiendo para DOS”. Algo perfectamente asumido y sin pudor alguno por algunos de Vdes.de sobra lo vemos, piden con el platillo de la mano derecha para la Providencia y con el de la izquierda para el Procés.
Cosas veredes, querido Sancho.

Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino