LA GUARDIA CIVIL
Publicado en Tribuna Altoaragonesa del Diario del Altoaragón el
28/12/02, tras uno de tantos atentados sufrido por alguno de sus miembros y
rescatado de mi personalísima memoria histórico/literaria, como especial
dedicación a Pablo, un admirador del Duque de Ahumada, con el deseo de que su doloroso
posoperatorio pase más pronto que tarde.
¿Qué
sería de todos nosotros, de nuestra democracia, sin sus incondicionales
servicios y prestaciones?. Uno, que no puede dejar de ser crítico con el resto
de políticos y cosas, manifiestamente mejorables, no deja de asombrarse y
emocionarse ante sus mil benefactoras y protectoras acciones. Hombres capaces
de aguantar todo lo inimaginable. ¿De qué pasta estarán hechos nuestros
queridos guardias civiles?.
Hubo una época de mi vida en que si no llegaba a entender
lo del tricornio, lo de su seriedad obligada, si podía entender el que llegaran
a cuadrarse ante mi padre, aquél gran regalo para mis sentidos de niño, cuando
acompañándolo a la revisión de la escopeta, y aunque lo hiciera con su viejo
mono de trabajo lleno de harina, el poderoso cabo de mi pequeño pueblo andaluz,
no dejaba por eso de cuadrársele: él, el símbolo de la autoridad y el poder,
nada menos.
Y entonces me parecía, con delectación, que mi pobre padre
debería de ser, ante su gesto, un hombre grande e importante. Gracias a aquella
simple y obligada gentileza, hasta pudiera ser que uno creciera siendo un niño
un pelín más feliz. Nunca lo he agradecido bastante.
Luego, llegó la adolescencia y como todas las proteínas eran
bienvenidas al puchero familiar, aprendí a traer del monte próximo todos los conejos
que se pudieran interponer en mi camino, dedicando horas y horas de espera al gratificante y productivo furtiveo. Por
ello me persiguieron en alguna ocasión, obligándome incluso a beber en la
huida, en charcos de podrida agua, una vez acabada el agua por el sofocante
agosto jienennse. Comprenderán que por entonces, ante nuestros discrepantes
intereses, llegué a odiarles, en un desencuentro emocional puramente
coyuntural. Y es que en los años sesenta, años aún de carestías, la licencia de
caza en los sitios apartados, era moda y costumbre el “llevarla pegada en las
alpargatas de esparto”.
Pero pasó la vida y la adolescencia, y un buen día me
sorprendí examinándolos como médico militar, seleccionando a los mejores en
aquellos durísimos “casting” que promovía la empresa y que les obligaba,
incluso, a pasar tres años ejerciendo
sin mancha alguna, para recibir el Ok final, antes de su inclusión
definitiva en ella.
De aquellos exámenes médicos, llenos de miedo y nervios,
aún recuerdo cosas imborrables…
Mi capitán, si paso, diga Vd que me manden al país vasco,
que ya verá como yo solito sabré acabar con aquella gentuza…me decía un
voluntarioso cachas, mientras yo hacía mis correspondientes esfuerzos por
aguantarme la risa.
Y, nos llegó “la cara democracia”, haciéndonos temer
entre otras posibles cosas ,el que la vieja disciplina y eficacia pudiera
perderse, resquebrajarse, como tanta y tanta otra cosa fue abriéndose en patético
canal, en medio del común convencimiento de que la llegada de la democracia nos
estaba trayendo eso…el hacer cada quién lo que pudiera salirle de los mojinos-
Creencia que, ya lo vimos luego, llegó incluso a la
mismísima casa de su director general, el bochornoso e impresentable Sr. Roldán,
el que llegó incluso a vaciarles las arcas a sus huérfanos y al que cualquiera
de nosotros, pasados los años, pero sin aún devolver los ochocientos millones
desaparecidos, puede llegar a encontrarse en cualquier museo de Moscú
acompañando a una rubia y riéndose de todo lo que haya que reírse.
Los han ido matando, en permanente goteo, pero ellos, con
un sueldo ligeramente superior al de cualquier digna cajera de cualquier digno
establecimiento, han sabido seguir calladamente, dando ejemplo de disciplina y
continuado rigor profesional, mientras seguían viviendo segregados, en
demasiadas ocasiones, social y peligrosamente , muchas veces en sus
destartaladas y húmedas casas cuarteles.
El último asesinado, a lo mejor era un “polilla”, así llamados
en el Cuerpo, cariñosamente hablando, a los hijos, nietos o biznietos de la
honrosa Institución: gentes de raza pura y dura que han crecido mientras
mamaban el servicio a los demás, yendo de acá para allá, y percibiendo en su
mismísima entraña familiar como el continuado afán de servicio a los demás es
una de las formas más exquisitas de las que el hombre puede valerse para
sentirse auténticamente hombre.
Salen corridas estas letras al hilo de la inevitable
emoción, tras ver como hace pocos días y por las afueras de Madrid, una
sencilla pareja de guardias civiles, deteniendo a unos malnacidos de ETA, han
acabado salvando la vida de nuestros hijos y de cualquiera de nosotros,
mientras acabo rogando a los cielos porque esa nefasta y novedosa idea expuesta
los pasados días (de algún nefasto político al uso), de hacerles patrullar
aisladamente, quede sólo en eso, en una mala idea, en una extraña broma contra
la secular y eficaz pareja nacida allá por la noche de los tiempos por la
genialidad de Isabel II.
Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino
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