OLOR A
TREMENTINA
Ha sido el
último olor, el que nos hemos traído para el recuerdo, tras habernos padecido
anteriormente otro intenso y
desagradable a alcanfor, a cosas semiapolilladas y viejas, que nos han hecho
caminar con la nariz tapada.
Verán,
aunque andaluces viviendo en una Comunidad vecina, por mil cosas tenemos un
vínculo inevitable emocional y personal con Cataluña. La primera, porque
nuestro querido padre , q.e.p.d, con sus tiernos dieciocho años y por ser
rojillo y andaluz, fué destinado durante sus tres años largos años de guerra
incivil al frente de Mollerusa, a Golmés, exactamente, y porque el mantra de su
nombre fue casi la única nana que tuve en mi pobre infancia, desde años atrás
no puedo vivir en paz con la vida si de vez en cuando no paso en peregrinación
laica por allá, con la sola idea de derramar alguna lágrima tanto por las cosas
que pasaron, por las que pasan y hasta por la efímera existencia.
Y lo hago,
créanlo, sin pensar jamás que esta tierra pueda habernos robado algo, ni que
nos pueda deber aún a mi familia el impagable precio de haberla defendido
durante tres atormentados años.
Blandenguerías
previas aparte, bien es verdad que siempre, después, la playa de San Salvador
acaba reconciliándonos con todos nuestros fantasmas. Ella es la culpable de que
tuviéramos olvidados los paisajes interiores, de forma que casi eran veinte
años los que llevábamos diciéndonos el que teníamos que subir al viejo pueblo,
ese que, detenidos en el peaje de su falda, veíamos una y otra vez como nos
miraba desde su atalaya, con el parecido desdén y señorío como sólo saben
hacerlo los señoritos andaluces, desde la altura de su prepotencia y su
caballo.
Pero hace
unos meses estuvimos visitando Cuba y en uno de sus fabulosos resort caribeños
para turistas, un añoso y educadísimo matrimonio se acercó a saludarnos…
Qué felicidad el oírles por acá,
queridos amigos españoles. Yo también, aunque viviendo desde hace mucho en la
Argentina, soy de allá, de un pueblito bonito y chiquito que se llama San
Vicente de Calders. Acabó diciéndonos el caballero, a la vez que pedía el que
si algún día pasábamos cerca, subiéramos a su Iglesia a darle un abrazo a su
Sta. Ana querida.
Así es que
esta mañana de ventoso agosto hemos subido al fin a cumplir con la palabra
dada; pero nuestra ilusión de subida, pronto se ha visto truncada al vernos en
medio del triste espectáculo de una bonita Iglesia “Lazi” (con lazos, entiéndase),
envuelta de forma fashion entre ropajes modelo ·fet diferencial· y con ikurriña
incluida, como esperpéntica guinda del pastel…una Iglesia, en suma, cerrada y
muerta, intentando, eso sí, ejecutar un vociferante solo de trasnochado
nacionalismo, a estas alturas en que tras ir los pasados días por la costa en
bici, había visto, con esperanza, como los ciento de esteladas de hace tan solo
un año, cuando el cénit de la epidemia de tosferina, había descendido ya casi
hasta el 90%, una vez pasada ya la aguda
fase febril, por lo que no pude evitar el pensar sobre la marcha en el patético
recuerdo de aquellos pobres japoneses que aún cuarenta años después de acabada
la segunda guerra mundial, andaban escondidos, pobrecillos, por las selvas
Birmanas, por no haberse enterado de que la cosa estaba ya superada, iba por
otros derroteros.
Pobre
Iglesia, ultrajada en su frontispicio por
signos de identidad política, tan ajenos ellos a lo que debería ser la
Igualdad, la fraternidad y la solidaridad, lo más intrinsicamente humano y
revolucionario. Oliendo a alcanfor y
anclada en el superado Viejo Testamento, aquél del Dios rencoroso y de un solo
pueblo, pero que como contradictoria “cosa”, intenta dar una vanguardista
comunión a sus adeptos con horribles lazos amarillos, superada ya la otra, la
de las ruedas de molino, la de toda la vida.
De verdad
que cuesta trabajo imaginar el porqué Vdes, clero secular, han pasado de jugar
a las cartas con el boticario a meterse cuál aburridos Quijotes en causas que
no le corresponden, llegando a ser como deleznables Okupas en una casa que es
de todos, el sufrido pueblo de Dios, para acabar, ya lo vemos, ultrajándola
mediante la imposición de banderitas de su equipo.
Aunque
podemos deducirlo: de tal Obispo…tal astilla, que Iglesia y poder siempre han
maridado tan bien como desde siempre lo han hecho una anchoa y una aceituna, por
decir algo. Así es que, mosén, visto lo visto, y como uno andaba muy justito de
fuerzas de fe y sólo procuraba mantener las necesarias para poner la cruz
solicitada por Vdes en la preceptiva declaración de Hacienda, puede decirle
desde ya a su jefe, ese que recoge la recaudación final, que hasta aquí hemos
llegado y que contra los experimentos que él hace, ya lo ve, nosotros podemos
tener el más hispánico y de sobra contrastado…el de la gaseosa.
Afortunadamente
y tras el cabreo, a la salida, Sta. Ana, que no debe de olvidar a las gentes de
buena voluntad, obró el pequeño milagro de presentarnos a un inesperado vecino
con olor a trementina y a la vieja usanza: amable, culto y viajado, nada
endogámico, que nos ha permitido volver a casa con el dulce sabor y conciencia
de que el hombre aún no ha dejado de existir entre los hombres.
Y, acabo. El
efecto final de toda esta cansina historia de buenos y malos, no tenga la menor
duda, Sr. Mosén de la pedanía , es que “va a acabar retratando: a unos, en su
miseria, a otros en su dignidad, y a los más, en espectadores acoquinados y
perplejos”, como un notable catalán tiene sabiamente dicho.
De sobra
también lo sabemos, porque el caústico e irreverente como VD. mismo, Voltaire,
nos lo dijo hacen ya más años, que “la Iglesia, cuando pide para Dios, siempre
acaba pidiendo para DOS”. Algo perfectamente asumido y sin pudor alguno por
algunos de Vdes.de sobra lo vemos, piden con el platillo de la mano derecha
para la Providencia y con el de la izquierda para el Procés.
Cosas veredes,
querido Sancho.
Luis Manuel
Aranda
Médico
Otorrino
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