ICTUS
SOCIAL
Ictus,
del latin : golpe o ataque, diagnosticamos los médicos cuando de forma brusca y
súbita notamos que algo se rompe en el interior propio o ajeno, llevándonos por
regla general hacía la invalidez. Algo que ahora también puede percibirse,
sentirse con auténtica preocupación, que se está produciendo en nuestra sufrida
ciudadanía, nuestro cuerpo social. Y es que los motivos que debieron darnos
todos los días nuestros políticos de cualquier signo para ser queridos, han
pasado ya al terreno de los sueños democráticos, de las quebradas esperanzas,
de los golpes que da la puñetera vida. Muchos de ellos, visto está, han
ejercido más para la ostentación y el gasto que para el humilde servicio a
todos nosotros.
A los
médicos, por el contrario, siempre nos enseñó Hipócrates que el primer trato
con el paciente debe de ser “gracioso, alegre y agradable”. Actuando así, con
sencillez, todas las encuestas siguen queriéndonos y apreciándonos, porque
hemos prescrito desde la noche de los tiempos el amor y el respeto a nuestros
pacientes como el mejor de los remedios para mantenerlos despiertos e
inmunoestimulados. Todos sabemos que a los humanos, sean quienes sean, se les
conoce por su respuesta y sensibilidad hacia los pequeños problemas de sus
vecinos. Y la reputación de un Ayuntamiento está precisamente en eso, más que
en hacer costosísimos e inservibles palacios de lo que no hace falta.
Pues
bien, por si éramos pocos y no teníamos bastante con los partidos
políticos tradicionales, ahora nos ha
parido la abuela. Nos han surgido nuevos encantadores de la voluntad ajena que
con augurios, promesas y coletazos mil, nos quieren tanto mostrar la proa de la
felicidad futura como alterarnos, a otros tantos, el sueño.
Y los
montes, en su difícil parto, nos están pariendo ratones, porque la sequedad
ambiente no proporciona ya fertilidad suficiente para que pudiera persistir el
consuetudinario monocultivo político, de bajo rendimiento social, de los
treinta y cinco años últimos. Los vendimiadores de la Cosa Pública se olvidaron
de que cosechar supone abonar mucho previamente, hasta llegar con tan
descuidada ocupación a llevarnos donde estamos, al “ellos no nos atienden, pues
nosotros lo tenemos claro, no les votaremos”. La culminación de nuestro
desafecto. Que una mínima fuerza basta para destruir lo que está roto, decía
Cicerón en su estudio sobre la vejez.
A los
unos y a los otros los hemos venido sintiendo ser incapaces de meterse dentro
de los pequeños dramas de cualquier ciudadano, atentos, eso sí, a los grandes
dramas, a las tragedias que puedan acarrear siempre la prensa o la televisión
amigas: el maquillaje con el que han tapado su otra inoperancia ante todos los
agravios ciudadanos no debidamente atendidos. Aspirando así siempre a pescar
votos, poniendo únicamente en el anzuelo, tanto su presencia como su falta de
sensibilidad y de servicio hacia todos nosotros. Desconocedores ellos de que el
voto, cada vez más, solamente está unido a los partidos por el extremo de un
fino hilo, tan frágil, que un solo desprecio o no consideración de las pequeñas
quejas o necesidades sociales puede romperlo.
Afortunadamente,
existe la otra cara de la moneda, la excepción de la regla. La de alcaldes que
no alardeando de virtudes ni repartiendo excusas, cual si fueran prospectos de
su incompetencia, supieron quedar en la memoria de los suyos. Acabo de leer
“Contra la ceguera” de Julio Anguita. ¿Recuerdan el revuelo nacional que
provocó allá por los albores de nuestra joven democracia, el que él,
historiador, maestro y comunista llegase a ser alcalde de una ciudad, Córdoba,
tan tradicionalmente de derechas?
Pues
bien, como luego se vió, no sólo no llegó a comerse ningún niño, sino que en su
segunda legislatura sacó una mayoría absoluta que sorprendió al mismísimo mundo
mundial, porque los cordobeses comprobaron y comprendieron que el hábito puede
no hacer al monje y que ante la sencillez, la eficacia y la honestidad,
florecillas tan raras y delicadas como la del edelweiss, cualquier alma puede
quedar prendada. Julio Anguita, un hombre culto y sencillo, de esos que jamás
vistieron caros trajes de Hugo Boss ni corbatas rojas de macho alfa. Y limpió,
dió seguridad y llevó agua y luz a sus barrios marginales como nunca antes
nadie lo había hecho, de forma que ahora, ellos o su Judería son un espejo en
que cualquier alcalde/sa podría peinarse.
A
diferencia de aquí, por ejemplo, y aprovechando como no, que el Isuela pasa por
Huesca. Permítanme el totum revolutum, el
mezclar el partido nuevo de la P (de la Puñetera utopía, o el de hacer la
Pascua, que diría un fundador de la Codorniz), con la desafección política
reinante y con el problema que sigue, que me ocupa y preocupa, al hilo de lo
antedicho, lo de los políticos antropófagos que han venido con todo su malhacer,
comiéndose el voto de sus votantes, cuáles Saturnos devorando a sus propios
hijos.
Verán,
escribo lleno de aflicción por sentirme realmente agredido, cegado por el
atropello sufrido, sintiéndome un indefenso ciudadano, indignado y pisado por
la dejadez de nuestro Ayuntamiento, porque la fachada posterior de mi consulta,
en pleno centro de la calle Boltaña, la vienen llenando durante los últimos
veinte años de excrecencias mentales, de grafittis, y siempre, siempre, hemos
tenido que repararla en callado silencio los propietarios. Pero ya vale,
después de los previos y reglamentarios avisos de clarín al Presidente de la
plaza.
Aquí
va, permítanme, un botón de muestra del real alcance de nuestro desafecto. Puse
la denuncia oportuna en el juzgado y lo comuniqué verbalmente y por escrito al
Ayuntamiento en dónde se me dijo que incumbía, una vez más, a los vecinos la
reparación del acto vandálico. Me encontré, ante la demanda de amparo, en suma,
con ediles como esos señoritos de mi tierra andaluza que ante un pobre siempre
tienen en la boca el cariñoso… “Dios le ampare”. Salí de él, el Ayuntamiento,
pensando… y ¿qué pasaría si en el lugar de un lamentable pintarrajo, este
hubiera puesto por ejemplo… “el jefe de la oposición municipal y la alcaldesa
son personas de poca altura”? (lo diría el grafitti, faltaría más, que no sería
yo quien lo dijese, Dios me libre, Jesús!)
¿A qué
estarían sobrados de razones para borrarlo inmediatamente? Cosas ofensivas, sin
duda, aunque inherentes a la libertad de opinión ajenas y casi tanto como
nuestras deshechas fachadas, pero que al parecer no ofenden más de lo debido a
nadie que no sea la sufrida propiedad.
¿Ve Ud.
lo que ha conseguido, mi otrora admirada
y respetada Sra. Alós, y por analogía todos los grupos políticos clásicos. Lo
que están consiguiendo por no atender debidamente las quejas ciudadanas, por
haber olvidado que, como en los toros y en casi todo, menos cuando no es así,
el público siempre tiene la razón?
Por
todo ello, y mil pequeños agravios más que no cabrían ni en la inmensidad de la
locura del Palacio de Congresos, cuando lleguen las elecciones no tendrán
ningún derecho a lamentarse por nada.
Atentamente
Post
Data: leído a un viejo humorista: “Votar es poner la carne propia en el asador
del otro”
Luis
Manuel Aranda
Médico-Otorrino
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