Puedo
prometer y…
Prometo,
mientras nosotros, los sufridos ciudadanos, cada día estamos más llenos de vergüenza
ajena, teniendo que padecer el esperpento de la campaña electoral con
candidatos a ritmo de rap cuando no a caballo, en plan de patético yayo cowboy.
Al menos aquí por Huesca tenemos al Sr. Oliván, con buena planta y pinta de
general romano, de aquellos a los que presumiendo su valor, eran temidos y
amados a la vez, amén de otros tan dignos como el anterior, que aunque ya no aparecen
como los aragoneses a nuestro servicio de antaño, sí se nos presentan
presumiendo tanto de buena salud (permítanme la broma: un hombre sano, decimos
los médicos, es un hombre mal explorado) a la Par que de ser ingenieros
superiores, tan en línea con la demandada apuesta social actual por la mayor
cualificación de los que deberían de dirigirnos. De los demás, ya saben, dicen
que vienen a trabajar por y para las personas, como sublimación de la obviedad
y del pensamiento poco creativo. Capaces ellos, como les dejemos, de hacer un
nuevo palacio de lo que sea o hasta de poner en valor a los empresarios. Manda
esa cosa. Eso sí, sin acabar de comprometerse a que si no llegasen a cumplir lo
prometido, responderían con el aval de su propia vivienda, por ejemplo.
Mientras
los oímos y miramos tan perfumados de su licenciosa vanidad, salvando las
excepciones que queramos, no podemos dejar de acordarnos de Julio César, aquél que
según la historia, no combatía exactamente al servicio de Roma, sino al de sus
propios intereses.
Mala gana
da ver, como dicen por acá, que después de más de doscientos años desde la
Ilustración, aquella que pretendía iluminar la realidad social, combatiendo el
ocultismo y el secretismo de épocas anteriores, ahora tengamos que volver a hablar
de lo mismo, convencidos de que hay que recuperar tantísimos años de dejación
de principios de transparencia democráticos. Entre otros el gran principio de
que la influencia moral de un gobernante es lo que hace que su gobierno viva en
armonía entre sus gobernados.
Y, por
su descuido, pasa lo que está pasando, que la política de tener esquematizada
la realidad, reducida a controladas cosas entre rojos y azules, ahora, ante el
hartazgo social suscitado, han aparecido partidos como partisanos, preocupados
no tanto por su enmarcamiento político
como por su ofrecimiento a salvar el país, a hacer con rapidez las cosas aún
pendientes. Partidos, en suma, que como aquél Protestantismo que surgió dentro
de la Iglesia, no pretenden otra cosa que arrimar el hombro para hacer más
llevadera la dura vida de la ciudadanía.
Pues
bien, mientras ellos sueñan con eso, muchos de nosotros también soñamos con esa
próxima Inglaterra cuyos dirigentes políticos no sólo han asumido la
responsabilidad de su derrota, sino que además han hecho el favor a sus vecinos
y votantes de largarse a sus casas, a dejar de incordiar por una temporadita,
como Ibarretxe, aquél personajete de tan triste memoria.
Vivimos,
ciertamente, en una época de miedo, de inseguridad, a que vengan advenedizos
salvapatrias a hacer tabla rasa con todo. ¿Recuerdan aquellos terribles días en
que legalizado el PC se creía en que se iba a acabar el mundo?. Pues miren,
cuarenta años después son ellos los acabados.
Afortunadamente,
van a pasar los tiempos en que la política va a tener que sustituir su P de
paternalismo por una nueva P de pacto continuado, por una edificante sociedad
de garantías recíprocas, donde el que la haga debe de saber que tendrá que
pagarla más pronto que tarde. Resultará , sin duda, una sociedad más frágil y
dividida, pero lo otro, como lo del poder absoluto tipo andaluz, ya vemos el
precipicio al que ha llevado a mis queridos
paisanos. Pobre Andalucía mía.
Dice un
dicho alemán:” lo contrario del bien no es el mal, sino las buenas intenciones,
que sirven para legitimar demasiadas promesas”.
Luis
Manuel Aranda
Médico
Otorrino
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