Y de la vergüenza ciudadana. Es como me la ha definido un
amigo radiólogo venido desde Madrid , tras bajarse del Ave y encontrar su acera de
salida no solamente negra, barnizada con los incívicos mil chicles pegados, sino porque además, al
subir andando hacia el centro por ella, la calle Zaragoza, ha seguido con la peculiar lectura radiográfica que nos ocupa. De esas que dejan al paciente paralizado, haciéndole sudar de dolor y
asombro.
Mi amigo Ricardo vino a verme porque estaba harto de que
le dijese aquello tan socorrido de que teníamos una ciudad que era “un parque rodeado de
edificios” y que incluso hasta que los efectos de la nefasta Logse comenzaran a sentirse en la
sociedad y la convivencia, la única contaminación que teníamos era la acústica. La provocada
en el Parque M. Servet por los chillidos amorosos de aquellos divinos pavos reales en
celo. Así es que íbamos subiendo por sus aproximadamente
quinientos metros hasta los Porches de Galicia, el urbano corazón, mientras yo hacía historia
hablándole del café Mongotti, alias La Suiza, inaugurado a finales del siglo XIX, y que acabó
dando paso al restaurante Sauras y al Real Aeroclub, como el gran centro social y de baile hasta no
hace demasiados años.
Y le hablaba también, cómo no, con que tenía una librería papelería
entrañable, de rancio sabor local y crujientes suelos de madera, luego vilmente sustituida
por la desustanciada y fagocitaria banca.
La idea era llegar, como decía, a la plaza de López
Allué, su famoso escritor, periodista y versificador, para entrar después en La Confianza, la
Capilla Sixtina del humanizado gusto por el comercio de siempre o las cosas bien hechas, y poder
acabar con el sublime postre de San Pedro el Viejo. Pero fue en la paradita de la plaza de Navarra, tras
comentarle como fue bautizada así en homenaje a los heroicos requetés navarros que tan
eficazmente colaboraron en la ruptura de su terrible y prolongado sitio guerracivilista, cuando
él, mi amigo, se sumió en una profunda
reflexión…
Luis, me dijo, cuando una ciudad necesita o pretende,
turísticamente hablando, hacerse
querer, procura presentar u cara más amable, las flores y
olores más adecuados, procurando siempre que su “huella ecológica”, su impacto ambiental,
como tanto gusta ahora decir a la nueva cursilería política, sea lo más pequeño y lesivo
posible. De manera que cualquier capital de provincias que se precie de culta y sensible, siempre
procura dar una imagen que hable por sí sola de las bondades de sus gentes. Nunca enseña sus
interioridades ni sus trapos sucios.
¿Acaso no os prohíben ellos la ropa tendida en las
fachadas como algo aceptado y acorde con el refinamiento más elemental? Para seguir ¿es que
vuestros ediles desconocen que en el centro de las grandes ciudades con más sensibilidad y
ambición, ya hay inventados otros métodos para la necesaria recogida de basuras en sitios
clave?
Pues bien, mirando y mirando, me decía, he venido
contando hasta dieciocho contenedores de basura en tan corta , transitada y turística calle,
mandaesacosa!
Mientras yo me sonrojaba por dentro; y por si todo el
despropósito municipal no fuera
suficiente en cuánto a contaminación visual y olorosa se
refiere, en llegando a la esquina de su antedicha y famosa plaza, tuvimos que trotar para poder
eludir al sempiterno saxofonista rumano de marras, que ya parece más bien un funcionario
con mando en plaza, y habilitado especialmente para castigarnos los oídos con sus
desafinadas y eternas “Guantanamera y La Cucaracha”. Para mayor honra y gloria de la cutredad
hecha calle. Perdona, Ricardo, acabé diciéndole, mientras le recordaba
que la estética de algo es lo que se percibe mediante sensaciones y que como estas, llegan a
embotarse con la costumbre y el uso, por eso, tal vez, convivir en esta Huesqueta con toda su
basura antedicha nos ha impedido hablar mal de ella, porque acomodarse y mirar para otro
lado pertenece a la más elemental supervivencia humana.
Al fin y a la postre, los sufridos turistas que nos
visitan, aquellos que vienen con la aprendida lección de sus personajes y su historia, pueden hasta
permitirse pasar de la mala presentación que hacen de ella sus negligentes políticos. Bien es verdad
que la cosa, desde el punto de vista psicoanalítico y social, tiene su miga. Hasta puede oler
a acto fallido, a sutil venganza contra el nombre de nuestra capital autonómica, ya sea por sana
envidia o , tal vez, por habernos sabido quitar allá por el XVI, la primacía de nuestra entonces
exclusiva universidad Sertoriana. Acabé por responderle en improvisada reflexión.
Julio Brioso, q.e.p.d, en su libro Las calles de Huesca
nos relata como su Diario del mismo nombre del 28/VI/1.877, denunciaba un caso lacerante para
la pituitaria de los ciudadanos: “en la acera izquierda de la c/ Zaragoza, inmediato al
taller de fundición del Sr. Cristófol, existe un gran trozo de terreno de huerta sin cercar que, además
de resentir el ornato de aquella concurrida parte de la población, sirve a muchos para
desahogos, comodidades y actos que repugnan a la moral y crean un foco de infección
perjudicial a la salud”. Jesús, Jesús, pero que requetebién se escribía entonces…”además de resentir el ornato”!!!
Pienso en todo ello, mientras acabo escribiendo con las
inevitables arcadas por nuestra
querida y emblemática patogénica calle que conduce, vía
AVE, desde el resto del mundo hacía nuestro más querido corazón urbano. Feliz Navidad.
Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino
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