SABIOTE:
TESORO DE PIEDRA Y AGUA
Tras ver el
reportaje televisivo , he de confesar que algo se ha ido trastocando en mi
interior ante tanto recuerdo y belleza. Así es que he acabado no sabiendo si
quedarme llorando como un niño ante el juguete perdido o trascender la cosa,
intentando hilvanar desde mi destierro estas liberadoras palabras al respecto.
Puedo
entender la licencia literaria que se ha permitido su autor, ofreciéndonos como
una fritanga turística-conceptual, pero así como en medicina o en cualquier
otro oficio, si los colegas detectan que se cree superior a ellos nunca se lo
perdonan, así debería de hacerse con lo que sigue, porque puede resultar
realmente odioso el presumir de las propias fuerzas, si hasta justitas pudieran
andar ellas.
Mirémonos,
por ejemplo, en la dignidad de la última presentación de Pegalajar, presumiendo
sólo de “Piedras secas”, poco evolucionadas y tan alejadas de las nuestras, tan
Renacentistas como valiosas.
Pues bien,
así como el más imperdonable defecto de un guerrero es el de quedar como un
cobarde, considero inevitables estas consideraciones, matizando la realidad
tontorrona de intentar poner a la par nuestras piedras y agua. Un eslogan ambicioso,
sin duda, que sólo habla de la mente calenturienta de su autor pretendiendo
vender dos excelencias por el precio de una: su historia y lo más
medioambiental de moda, la sagrada y escasa agua, cuando Sabiote, vindicando
solamente sus piedras, urbanismo del casco histórico e historia, quedaría más
que sobresaliente dentro de España y
nuestra provincia.
Viéndonos
presumir de agua, he sentido la misma estupefacción que viendo correr a
personas ya mayores y disfrazadas de jóvenes al borde del angor ánimi, de la asfixia
psicofísica, pero creyendo ir tras la última moda, la ambición de ser y parecer
jóvenes.
Puedo hasta
entender la tentación de cualquier alcalde por intentar eso tan cursi ahora de “poner
en valor” su pueblo de la noche a la mañana a través de parques temáticos, de
aulas de la naturaleza o de desentierros de su historia, que cualquier cosa es
buena para subir la fiebre de la moderna enfermedad de nuestro siglo, el
turismo, dicen ellos. Y, se puede estar hasta de acuerdo, si se quiere, pero
sin milongas.
Escribo por
una cuestión de principios, mientras aprovecho para recordar a nuestro querido
pueblo allá por los años sesenta del pasado siglo con sus gentes resquebrajadas
por la carencia de agua y su diario anhelo por buscarla, tanto para el cuerpo
como para el alma, por lo que viendo la oferta turística, no me parece sino que
se pudiera estar ofreciendo como ocio de garrafa, tan vacío como poco
edificante.
Recuerdo
perfectamente las cinco o seis fuentes que saciaron mi sed de niño: la de la
plaza de Soto y la botica de abajo, el Convento, la carretera a la entrada de
Los Arenales, la puerta de Luna, y la última, frente a los Herrerillos. En el
extrarradio, la Fuente Polo, para la huerta y la ropa sucia y más allá, la
fuente de todas las fuentes: La Corregidora, un rincón de embelesadora y verde
belleza. Otras aguas más periféricas, en las Carreras y la Covatilla, con
albercas de riego, bien podían servir para el furtivo y exótico baño tras
limpiar su superficie de todas las cosas capaces de crecer en el agua, porque…caprichos
tiene la sed!, que tenía dicho muchos años antes D.A. Machado en Baeza.
Luego,
llegaron los años sesenta y un buen día nos despertamos con un milagro, con unos
aguerridos obreros que con un mono de Construcciones Peralta, comenzaban a
poner patas arriba nuestras calles para instalar la modernidad, el agua
corriente importada, oyéndonos día tras día y ente cada puerta con trasero
corral, como un fornido y zafio capataz, a voz en grito, preguntaba…señora ¿cómo
quiere que se la meta, por delante o por detrás?, así, con un par., mientras
nuestras agradecidas, alborozadas y sufridas madres pasaban en poco tiempo de
bañarnos en un barreño, de pie y en mil equilibrios, a ser las más felices del
mundo, liberads ya de la escasez y de la diaria ruina del cántaro de agua traída
desde la más cercana fuente a peseta.
Todavía
recuerdo la mágica y curativa bañera de latón de la abuela Pepa, prestada día
sí y día no para mitigar los cólicos renales de vecinos y amigos, una vez llena
de agua caliente, por lo que allá, bañera y enfermedad llegaron a hacerse
sinónimos. Al extremo de que ante su visión, al ser transportada a mano por las
calles, recuerdo como las gentes casi se santiguaban mientras se les oía
exclamar…Dios quiera que no la tengamos que necesitar!
El agua de
mi infancia, quién me lo hubiera dicho hace tan solo dos días, me está ayudando
felizmente a sobrellevar este frío y nevado sábado Pirenaico, frente a la
ensoñación y la chimenea.
Teníamos el
agua justita para sobrevivir y regar La Vega, el Porvenir, la Huerta Baja y
algún que otro pequeño oasis, y se hacía con cuentagotas , sostenibilidad,
ahorro y auténtico respeto medioambiental. Hasta puedo recordar como había profundísimos
pozos tan capaces de sosegar los males de la sed como los de la desesperación
del alma.
Sabiote y
sus piedras ¿ para qué presumir de más?. Dícese que lo poco, si bueno, dos
veces bueno. Pues eso, no pretendamos “hacer la risa”, como dicen por aquí, los
lacónicos aragoneses.
Luis Manuel
Aranda
Médico
Otorrino
De la
Sociedad española de médicos escritores
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