miércoles, 3 de febrero de 2016

La Sonrisa



LA SONRISA

Es la hermana pequeña de la risa, pero ella, aunque más chiquita, es mucho más elegante y todos la tenemos aceptada y querida como lo que es, un auténtico don natural, un regalo que los dioses decidieron un buen día donar a la doliente humanidad, por lo que ante alguien que sabe sonreír, todos quedamos cautivados y a nadie se le ocurriría preguntarse, pasara lo que pasara, aquello de los vecinos del gran Pedro Saputo…¿en qué parará este niño?.
Hablamos, obviamente, de la sonrisa natural, la no forzada, se sobreentiende, y que como cualquier otro valor tradicional también ha acabado por adulterarse, por prostituirse, en este frívolo mundo moderno nuestro en donde la imagen, el continente, es mucho más intercambiable y vendible que el contenido interno, el intelectual y humano de cada quién.
Sí, han llegado los nuevos tiempos del postureo y la imagen, y con ellos han brotado como setas extravagantes personajes de no menos sorprendente sonrisa en alocada búsqueda de reconocimiento social. Gentes, chiquilicuatres de desubstanciada y alegre gesticulación en estos tiempos en que parece como si el valor mayor de la cultura actual estuviese en divertirse y en el divertir por encima de cualquiera otra cosa. La nueva época del ja-ja-ja de las redes sociales y de las caras impostadas tan actuales como televisivas , inaugurando aeropuertos sin aviones, por ej. y  que como las de los bufones de la Edad Media no pretenden sino decirnos aquello de…”cuánto más mi Rey Vd. se ría (pueblo votante dirían ahora), será la mejor prueba de que yo podré seguir comiendo”.
Así son sus caras, el sonriente careto de demasiados de los nuevos personajes mediático-políticos metidos todos los días hasta nuestra sopa: la del Arturito Mas venido a Menos, la alcaldesa de La Muela, Julián el chico de la Pantoja, la Infanta, Rus, Rato, etc, etc., entre otros cientos de intermediarios –personajes-conseguidores de diverso pelaje, hasta llegar a Rita La Cantaora. Personajes de sonrisas amplias, dentales, que no son sino la máscara de su ambición y la manifestación más evidente de la desaparición actual del sentido del ridículo o simplemente, de la desfachatez tejida con otras gesticulaciones , mezclas entre beatífico misionero y afectado locutor meteorológico.
Así posan muchos de ellos, tan ausentes como lejanos, ajenos a la jodida realidad social presente. Olvidándose siempre, siempre, de que al final de la vida política, como pasa con los melocotones, sólo les va a quedar la puñetera desnudez  del hueso al que hay que acabar tirando. Van y han ido con caras de estar por encima de todos nosotros, la gente normal, los gilipollas y paganos (piensan ellos) capaces de haberles costeado con nuestro mirar para otro lado, silencios y dineros su alto nivel de vida, su poderío, sus sonrientes y blanqueadas dentaduras pagadas en blacks is blacks. Con alocadas pintas de ir sobrados, intentando transmitirnos su falso perfume de ilusión y esperanza.
Eternas sonrisas de políticos-barberos, tan capaces ellas de ir tomándonos el pelo personalmente a todos, como de ir a cualquier tertulia si hiciese falta a afeitar la cara de los impíos del mundo mundial, mientras todos nosotros sólo hemos pensado en sobrevivir, en no morirnos de vergüenza ajena ante tanto desparpajo. Viéndolos por los medios, con sus caras y con sus  parcas habilidades en estos días clave, con su pobre capacidad de negociación, entendimiento y sacrificio personal y político para con la
necesitada situación de España, no puedo dejar de acordarme de aquél famoso Concilio de Constantinopla, allá por la Edad Media, en que mientras la Iglesia discutía encerrada sobre la necesidad de la quietud y el silencio para llegar a la paz interior, la ciudad era rodeada y tomada por los turcos otomanos. La Iglesia de entonces, en suma, a lo suyo, como muchos de nuestros políticos actuales,  tan ajenos al mundo circundante  que puede hundírsenos.
En fin, hemos soportado a tanto falsario, a tanta e incompetente falsa sonrisa, que cuando uno se enfrenta a personajes así, también tiene que acabar acordándose del gran Chirbes, q.e.p.d, el novelista valenciano recientemente fallecido, cuando decía en su “Crematorio”…”era un nuevo rico, un constructor que se volvía histérico cuando alguien le llamaba impresentable, hasta que un buen día, arruinado y perseguido por morosos y citaciones judiciales, curado ya de su hipertrófica vanidad y sin su chute de dopamina habitual, comprendió que tenía que dejar de sonreír, y es que habiendo llegado al final, era en verdad un impresentable en su cabal sentido, porque no se podía presentar en ningún sitio con su nueva cara de estatua viviente, tragado ya por las aguas de sus malos manejos político- constructivos. Pues eso.

Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino

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