LA SONRISA
Es la hermana
pequeña de la risa, pero ella, aunque más chiquita, es mucho más elegante y
todos la tenemos aceptada y querida como lo que es, un auténtico don natural,
un regalo que los dioses decidieron un buen día donar a la doliente humanidad,
por lo que ante alguien que sabe sonreír, todos quedamos cautivados y a nadie
se le ocurriría preguntarse, pasara lo que pasara, aquello de los vecinos del
gran Pedro Saputo…¿en qué parará este niño?.
Hablamos,
obviamente, de la sonrisa natural, la no forzada, se sobreentiende, y que como
cualquier otro valor tradicional también ha acabado por adulterarse, por
prostituirse, en este frívolo mundo moderno nuestro en donde la imagen, el
continente, es mucho más intercambiable y vendible que el contenido interno, el
intelectual y humano de cada quién.
Sí, han llegado
los nuevos tiempos del postureo y la imagen, y con ellos han brotado como setas
extravagantes personajes de no menos sorprendente sonrisa en alocada búsqueda
de reconocimiento social. Gentes, chiquilicuatres de desubstanciada y alegre
gesticulación en estos tiempos en que parece como si el valor mayor de la
cultura actual estuviese en divertirse y en el divertir por encima de cualquiera
otra cosa. La nueva época del ja-ja-ja de las redes sociales y de las caras
impostadas tan actuales como televisivas , inaugurando aeropuertos sin aviones,
por ej. y que como las de los bufones de
la Edad Media no pretenden sino decirnos aquello de…”cuánto más mi Rey Vd. se
ría (pueblo votante dirían ahora), será la mejor prueba de que yo podré seguir
comiendo”.
Así son sus
caras, el sonriente careto de demasiados de los nuevos personajes
mediático-políticos metidos todos los días hasta nuestra sopa: la del Arturito
Mas venido a Menos, la alcaldesa de La Muela, Julián el chico de la Pantoja, la
Infanta, Rus, Rato, etc, etc., entre otros cientos de intermediarios –personajes-conseguidores
de diverso pelaje, hasta llegar a Rita La Cantaora. Personajes de sonrisas amplias,
dentales, que no son sino la máscara de su ambición y la manifestación más
evidente de la desaparición actual del sentido del ridículo o simplemente, de
la desfachatez tejida con otras gesticulaciones , mezclas entre beatífico
misionero y afectado locutor meteorológico.
Así posan muchos
de ellos, tan ausentes como lejanos, ajenos a la jodida realidad social
presente. Olvidándose siempre, siempre, de que al final de la vida política,
como pasa con los melocotones, sólo les va a quedar la puñetera desnudez del hueso al que hay que acabar tirando. Van
y han ido con caras de estar por encima de todos nosotros, la gente normal, los
gilipollas y paganos (piensan ellos) capaces de haberles costeado con nuestro
mirar para otro lado, silencios y dineros su alto nivel de vida, su poderío,
sus sonrientes y blanqueadas dentaduras pagadas en blacks is blacks. Con
alocadas pintas de ir sobrados, intentando transmitirnos su falso perfume de
ilusión y esperanza.
Eternas sonrisas
de políticos-barberos, tan capaces ellas de ir tomándonos el pelo personalmente
a todos, como de ir a cualquier tertulia si hiciese falta a afeitar la cara de
los impíos del mundo mundial, mientras todos nosotros sólo hemos pensado en
sobrevivir, en no morirnos de vergüenza ajena ante tanto desparpajo. Viéndolos
por los medios, con sus caras y con sus
parcas habilidades en estos días clave, con su pobre capacidad de
negociación, entendimiento y sacrificio personal y político para con la
necesitada situación
de España, no puedo dejar de acordarme de aquél famoso Concilio de
Constantinopla, allá por la Edad Media, en que mientras la Iglesia discutía
encerrada sobre la necesidad de la quietud y el silencio para llegar a la paz
interior, la ciudad era rodeada y tomada por los turcos otomanos. La Iglesia de
entonces, en suma, a lo suyo, como muchos de nuestros políticos actuales, tan ajenos al mundo circundante que puede hundírsenos.
En fin, hemos
soportado a tanto falsario, a tanta e incompetente falsa sonrisa, que cuando
uno se enfrenta a personajes así, también tiene que acabar acordándose del gran
Chirbes, q.e.p.d, el novelista valenciano recientemente fallecido, cuando decía
en su “Crematorio”…”era un nuevo rico, un constructor que se volvía histérico
cuando alguien le llamaba impresentable, hasta que un buen día, arruinado y
perseguido por morosos y citaciones judiciales, curado ya de su hipertrófica
vanidad y sin su chute de dopamina habitual, comprendió que tenía que dejar de
sonreír, y es que habiendo llegado al final, era en verdad un impresentable en
su cabal sentido, porque no se podía presentar en ningún sitio con su nueva
cara de estatua viviente, tragado ya por las aguas de sus malos manejos
político- constructivos. Pues eso.
Luis Manuel
Aranda
Médico- Otorrino
No hay comentarios:
Publicar un comentario