martes, 19 de agosto de 2008

Andalucía

Andalucía

Limitada al norte por el desfiladero de Despeñaperros y al sur por el Estrecho. Fronteras naturales que la separan de mundos tan sustancialmente distintos, la sociedad castellana y el mundo musulmán. Un pueblo rebosante de gracia natural, de burlas y caus­ticidades, que no ha necesitado de ideologías ni de trinidades de parecida índole para sentirse trascendente, diferente, y que ha sufrido tanto en su vida y en su historia que sus gentes ya no parecen
estar sino poco interesadas por nada que no sea el simple vivir de cada día y la “conformiá con casi tó”. Capaz de matar el hambre, sin protestar, con un poco de pan y unas soleares de ná sí hiciese falta. Porque los andaluces, herederos de una cultura compleja, llena de matices, practican eso que usted y yo sabemos, el andalucismo, del que ya se sabe que coexisten dos variedades, como con el colesterol, el bueno y el malo y que es una forma de entender la vida... el maduro fruto de una multicultural y multirracial sociedad surgida de la herencia recibida de fenicios, griegos, romanos, cartagineses, bizantinos, visigodos y judíos, para a partir de la unificación cató­lica y la expulsión de moras y moriscos ser también fertilizada por castellanos, leoneses y gallegos, sus últimos repobladores. Todo un totum revolutum y la levadura, sin duda, de su senequismo, de su vieja sabiduría de siempre.

Y además de su mestizaje, sus tres mil horas de sol al año, ca­paces de echar continua y necesariamente a sus gente a la calle, para practicar eso que ellos saben hacer tan bien, el ejercicio de su extraversión, de su compadreo. Porque ellos son así, personas fundamentalmente nada encerradas en si mismas y además tranquilas, pausadas, que no van como otros, los estresados, como asnos de gitano con azogue en los oídos (D. Quixote dixit). Convencidos además, por su antedicho senequismo, de que no hay destino por adverso que sea, que no pueda sobrellevarse con la más total indi­ferencia, faltaría más. Y porque viven hacia fuera, han construido sus preciosos pueblos de encaladas fachadas y prístinas casas que pretenden tener tan limpias como sus caras, siempre con el sombre­ro echao pa 'tras, pa que a uno puedan verle bien la cara, libre de sombras. Con casas que parecen encantadas, y entre las que no es­casean los fantasmas, fácilmente localizables, casi siempre a caba­llo, con su tontorrona altivez, mirando a los demás por encima del hombro en esas ferias de Dios. Hinchados de la buena suerte que les proporciona el respirar, de continuo, los aires de su cortijo.

Herederos algunos de ellos de aquellos otros que ya en su día no dejaron entrar en el Círculo de la Amistad, como socio, allá en su Córdoba natal, al gran torero Manolete, por ser de origen humilde y que posteriormente durante años y años, con las escasas inversio­nes que hicieron en su tierra, propiciaron la gran emigración anda­luza, de la que soy hijo, llenando el resto de España de gentes que conociendo los prejuicios que existían sobre nosotros, hemos teni­do que sobreactuar de formales, serios y cabales, para neutralizar tanto tópico deformante como ha viajado junto a nuestra vera. He ahí, por ejemplo, a Cataluña conquistada por el ejército andaluz sin disparar un solo tiro, como simpática y coloquialmente les gusta de­cir a los cataluces, los andaluces residentes en ella.

Una región que ha sabido poner en la resignación la verdadera dignidad de la vida, como aconsejaba Sartre. Bueno, en la resigna­ción y en la sencillez, convencidos de que es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido. ¡Ay, las fatiguitas de los andaluces, saliendo todos adelante casi de la nada y jugando siempre con la profundi­dad de la ironía para ocultar su dolor!...

Aquí descansa Nicolasa / mientras yo descanso en casa. Reza­ba un creativo y famoso epitafio en una tumba andaluza, que se le pudo ocurrir a cualquier chungón andaluz, tras haber estado previamente rezando, seguramente, gran parte de su vida para que su Nicolasa no se quedase viuda. Cosas de Andalucía, que tanto valora y alienta estos relámpagos de ingenio y que es hasta capaz de dedicar en la mismísima Granada un paseo a los otros… a los Tristes.

Autonomía auténticamente rica, extensa y variada (Campo, campo, campo/ y entre los olivos/ un cortijo blanco). De tremendas diferencias entre un barquero de Cádiz y un aceitunero de Jaén, por ej. Aquel, de chacota permanente, el otro, hombre frontero, mucho más serio. Me acuerdo de él, el barquero, un ser paradigmático, porque un día, hace ya años, atravesando en la barcaza que nos pasaba el Guadalquivir, en su desembocadura desde Sanlúcar de Barrameda al coto de Doñana, uno, por hablar de algo, le preguntó:
-Jefe, ¿es usted el dueño del barco, del negocio? A lo que me res­pondió sin inmutarse,
-mire, yo zoy er dueño de Zevilla pa "bajo de tóo, lo que paza es que a uno no le dejan vendéz na".

Siempre el humor como norte, para sobrellevar la vida, porque todo puede perderse en Andalucía menos el humor, la gran terapia personal y social de aquellas tierras, tan exportable como las naranjas.

Pasan los años, llega el día 28 de febrero, día de Andalucía y ser­vidor, que no es de piedra, no puede dejar de ponerse nostálgico tras poner la televisión y ver en la campaña de publicidad institucional andaluza eso de que "Andalucía te quiere", ¿será verdad? Hoy, tras reflexionar y escribir sobre todo esto es casi seguro que voy a acostarme siendo un poco más feliz. Prometo echarme en la cama más tranquilo, soltar las piernas, y poner un pie en Sevilla y otro en Olorón, para dormir de c… ! como dicen por aquí.

Andaluces de relámpagos
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas
(Miguel Hernández – Vientos del pueblo me llevan)


FELICIDADES, ANDALUCIA.
Desde la añoranza de los ochocientos Km. que nos separan de ella, desde Huesca. Va por ustedes, queridos foreros y visitantes ocasionales.


Luis Manuel ARANDA
Médico-Otorrino

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