martes, 19 de agosto de 2008

La Heducación

La Hedukación


Anda, tía, pues que la jo... vaya cag...
es que flipas, tía, te lo digo, tía,
pues que la fo... un pez!
(Oído en la puerta de un colegio
privado de cualquier ciudad)

Valga de muestra el botón anterior. Auténtico fruto caído del podrido árbol educativo actual. Lamentablemente, con bueyes así tendremos que arar en el siglo XXI. Mientras, el paro baja, el terrorismo amaina y el dinero público, dice Solbes, está sobrao, así es que con la despensa llena ya y con siete llaves echadas al sepulcro del Cid, pensaría hoy Joaquín Costa, si me lo permiten, que lo único que precisaría España sería una buena pasada por la escuela... el 3er pilar en el que él quería asentar el futuro más prometedor para su país, otrora llamado España.
Apenas se habla de ello. Es la gran asignatura olvidada por los políticos. Les da como vergüenza hablar de un tema tan delicado, tan tabú. Escasas palabras dedican al Plan Renove educativo, a la enorme tarea de limpiar las entelarañadas cabezas de nuestros chavales y enseñantes, salvando siempre las honrosas excepciones, en aras de dar un mayor lustre social al destino personal de cada uno y a la armonización social de todos nosotros. Educar, de “educare” (sacar de sí mismo los mejores sentimientos y las más nobles tendencias por medio de ejemplos, etc.). No se han enterado, ¡qué ironía!, empeñados como están nuestros gerifaltes-fundamentalistas-pedagógicos en poner, por contra, eso sí, muchas materias sobre las pobres cabezas de nuestros hijos. Olvidándose siempre de educar para la búsqueda de la riqueza interior, en esta civilización de multitudes.
A algunos de nuestros maestros seguro que todos los recordamos aún con cariño. Antonia Pepa, por ejemplo ¿qué me enseñaría hace ya tanto tiempo? Sólo recuerdo el llevar mi pequeña silla a clase, porque su pequeña industria no daba para sillas, y el beber en lata, hacinados en aquel minúsculo cuarto-entrada, de única ventilación por la puerta. Y luego a D. Juan Cantero, con su brasero en la entrepierna, educándonos a la vez que nos amamantaba con aquella famosa leche en polvo americana, tan sabrosona y moderna. Con su terrorífica palmeta, como D. Ginés posteriormente. Enseñantes contundentes de que el que la hacía la pagaba. Y posteriormente, ya algún escolapio, que no todos, allá por Getafe, cerca de los madriles, acababan enseñándonos donde estaba el bien y el mal, para toda la vida. Lo otro, eso de que p=3,1416, aquella chorrada, procurábamos olvidarla pronto, sobre todo los que éramos de letras.

Entonces no había apenas profesores, eran todos auténticos maestros. Mi padre, mientras, bastante tenía el pobrecillo con sobrevivir, sólo le quedaba tiempo para darme ejemplo. Pocas palabras le quedaban tras su agotador pluriempleo. Era el viejo reparto de papeles.
Ahora, sin embargo, me contaba mi hijo que su profe fumaba hasta hace poco en clase, hasta que se lo prohibieron, porque decía que a él sólo le pagaban para enseñar latín, no para dar ejemplo. Y aún, me decía, seguía fumando en el claustro, sabiendo como sabía que a sus compañeros les sentaban mal sus malos humos, ¡qué ejemplar! E incluso, para no correr riesgos pedagógicos, el antedicho, que era un hombre circunspecto, les dictaba literalmente todos los días la lección, sin añadidos complementarios, porque decía tener una hernia medio estrangulada y temía hacer esfuerzos. Capaz era de matar de aburrimiento a las mismísimas ovejas, el muy pedagogo! Y nadie le pidió jamás responsabilidades. Pero si un alumno le salía protestón, hipercinético o hacía demasiadas preguntas, lo mandaba rápidamente al psicólogo. Le encantaba echar en los apuros balones fuera, cual Maradona, como aquel médico, vamos:
-Doctor... tengo fiebre, ¿de qué cree usted que será?,
-Tranquila señora, que eso es de la misma fiebre ¡hágasela ver!.
Fíjate papá, me seguía diciendo mi hijo, que este profesor cuando salía del cole y veía a mis compañeros sentados en el suelo, escupiendo pipas o veía a “La Champi” explorando el hígado de su amigo con la lengua, porque pensaba estudiar medicina y le gustaba aprovechar el tiempo, no como otras, el hombre solía mirar para otro lado, para evitarse trabajar fuera del horario lectivo. Prefería seguir con su mala conciencia. Estaba acostumbrado, había creado anticuerpos, y parecía descansar bien, no obstante.
-Oiga, que lo que usted no sabe es que el infierno no es el fuego eterno, que puede ser tener enfrente una APA atravesada. ¡Que no se dice en una hora lo tonto que es Rocamora! Y además, ¿a quién carajo puede interesarle la termodinámica?, ¡ya me dirá usted!.
La sempiterna ley pendular. Hemos pasado de la rigidez de la letra con sangre entra y de la España como unidad de destino al pasotismo actual y a un país fraguándose milagrosamente en medio del desatino presente. Con la política entrando por la puerta de nuestras escuelas, mientras la enseñanza iba saliendo por la ventana.
A la generación que pasamos del mediodía de nuestras vidas, nos enseñaron otras cosas. Siempre había una muralla de respeto entre edades, sexos o sociedad y aquello medio funcionaba. Todos sabíamos aquello de que “buen porte y buenos modales, abrían puertas principales”. Eran actitudes que hacían la vida digna de vivirse y que permitían ir tras la excelencia de las cosas:
- Caballero, haga examen de conciencia antes de acostarse y procure no repetir las mismas estupideces al día siguiente!
Pero ahora, en que parece que todo lo aprendido es ya viejo y caduco, caben todos los experimentos, ambigüedades y proyectos educativos: la LOGSE (muy gordita en lo teórico, pero anoréxica de recursos), como hemos podido comprobar... la ESO... el proyecto curricular... ¡manda-esa-cosa! Con profesores hartos ya de sudar, cavando diarias trincheras por las que enseñar a caminar al que quiera oírles y con la angustiosa certidumbre continuada de que cualquier mocoso de tres al cuarto pueda poner en solfa sus muchos años de sueños y dura preparación (porque en este país, ya lo sabe Ud., cualquier chiquilicuatre puede ser un artista... y hasta el más burro un aprendiz de flautista) Con padres que lanzan hijos a los profesores, que desprovistos de peso social y de armas con que luchar, los rebotan a su vez contra su casa, cansados ya de estar combatiendo sin autoridad ni control alguno sobre el sistema.
Hemos creado los chicos ping pong. E inevitablemente, hemos engordado su crispación y la creciente confusión juvenil. Los acabaremos volviendo locos. Y el que no atiende a la gotera, acude a la casa entera, como dice el saber popular altoaragonés.
Por cierto, ¿sabe usted quién viene educando a los padres, a cuyo patio muchos progres y sabios educadores intentan echar la pelota de la cosa? Cuando todos sabemos que los padres modernos, en su mayoría, no saben educar y sólo sirven para dar cosas.
Creo, para terminar, que nos ha picado a todos el virus de la estupidez o el mal de las vacas locas y tanto el Instituto Pasteur como nuestras Consejerías de Educación respectivas aún no saben como preparar vacunas. Curarán antes el SIDA, ya lo verán.
Nadie quiere cargar con el muerto, con decir ya vale y hasta aquí hemos llegado, en este desierto educativo. Mientras seguimos haciendo los “hunos” y los otros de la educación una piedra arrojadiza, como si no debiera ser la roca más grande, sagrada e inamovible de toda nuestra existencia, gobernase quien gobernase.

Luis Manuel Aranda
De la Sociedad Española de Médicos Escritores

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