martes, 19 de agosto de 2008

Mi amiga Ginesa

Mi amiga Ginesa


La conozco hace ya muchos años, desde que vivía su marido y sus dos hijos pequeños, de frecuentes catarros, estaban en casa; hoy ya felices y triunfantes trabajadores universitarios por esos mundos de Dios. Comprenderán, pues, que a Ginesa le ha tocado quedarse sola, como poco a poco nos irá pasando a muchos de nosotros. Pero ella, mujer espléndida de férrea energía, aún aguantaba en casa como podía a sus 84 años, porque creía que eso debería ser su más justo y único destino. Solía decirme:
- Luis, no me animes, no insistas, que no pienso irme a un asilo, que mi madre siempre me enseñó aquello de que las señoras deben recibir en casa.
Cosas así de formidables me contaba, de igual modo que cuando hablábamos de las piedras de su vesícula que debería operarse, siempre acababa con su burlona sonrisa y su: -¿sabes lo que te digo, Luis, que con un poco de suerte voy a ver si me muero antes y me puedo librar de la operación? Era un placer siempre, cuando iba a Sabiote y hablaba con ella de estos y otros personalísimos chascarrillos que nos permitían finalizar riendo y celebrando la buena cabeza que Dios le había dado.

No le preocupaba, pues, el temor a la soledad, sabedora de que la vejez, entre otras cosas positivas, significa el dejar de sufrir por el pasado gracias a la mala memoria que Dios, como regalo final, nos va dando poco a poco. Sí le preocupaba, sin embargo, el comprobar como tanto Dios como sus santos se debían de estar haciendo mayores como ella, porque según me decía, la oían y acompañaban cada día menos. Pero uno, que si sabe que la soledad es un tormento con el que no se nos amenaza ni en el mismísimo infierno de Dante, comenzó hace meses a darle los ánimos necesarios para que buscase una residencia, un asilo, y me ofrecí para ayudarle a hacerlo. Y juntos, lo hemos hecho, llamando de puerta en puerta, imbuidos de una extraña sensación de vergüenza, como al que pillan, por ejemplo, en un descubierto bancario. Nos hemos visto mendicantes, teniendo que dar explicaciones y más explicaciones acerca del necesario y gran favor que recibiría María siendo admitida, mientras nos tragábamos la devastación moral que produce el sentirse humillado y tratado como un pelele.
…-oiga, sí…¡tráiganos a su recomendada señora, que la veremos a ver cómo está!
Para tener que oírnos después: - oiga, sí, nos ha gustado, ¡un poco desnutrida si que está, pero ya la rellenaremos en unos días! ¿Y cuánto vale todo esto, querida madre superiora? – bueno, nada, nada, tan solo el ochenta por ciento de su pensión. Ya les avisaremos, ya les avisaremos.
Y como de nuestra solicitud en ese hotel de cinco estrellas que según todo el mundo refiere son las Hermanitas de los Hermanos Desamparados de Torreperojil, han pasado muchos meses y estábamos desanimados viendo que habíamos soñado y picado muy alto, comenzamos nuestro peregrinaje y pesquisas por los escasos y restantes centros geriátricos de la provincia. ¡Pero que indignado e indefenso se encuentra uno, cuando comprueba en carne propia como los insensibles mandamases políticos han dejado a la mayor parte de nuestros mayores a los pies de los caballos! ¿Verdad, Ginesa? Indignación que procede no solo de ver la poca oferta pública de plazas disponibles al respecto, sino de haber comprobado, de haber visto en nuestra singladura geriátrica, de todo lo humanamente posible. Desde centros con cuidadores/as en la más profunda abnegación humana, cual clones de Teresa de Calcuta, esmerándose de continuo en dar a sus internos la sensación de que son personas y no presos, a otros muchos, demasiados, en que se puede ver como al lamentable envejecimiento biológico, ellos, los cuidadores nefastos y poco humanizados, les incrementan de continuo el otro envejecimiento aún peor: el psicogénico; tratándoles como a menores de edad o subnormales, arrebatándoles de continuo el estatus social y personal que en grado mayor o menor supieron ganarse en la sociedad a lo largo de sus vidas… tuteándoles, llamándoles abuelo, etc., etc. Preteridos, en suma, en centros, que por el contrario, deberían de ser cámaras hiperbáricas de afecto, y que por ello provocan inevitablemente, en gran número de personas mayores y difíciles ya de por si, aún más un mayor rencor y mal carácter.

Mi amiga Ginesa y yo hemos recorrido y visto la verdad y no tiene sentido, que diría el gran Chesterton. E inevitablemente, tras haber acabado con la indignación muy sobada, no hemos podido silenciar nuestra rabia, por lo que queremos hacerles partícipes a Uds., amables lectores, de nuestras reflexiones sobre el tema:
¿Pero cómo es posible que nuestros dirigentes, de cualquier signo, hayan considerado de siempre a la tercera edad, como si fuese un motivo de preocupación menor, dejando en manos de instituciones privadas, en gran medida, la grandeza del socorro social?
¿Pero cómo es posible que se permitan centros privados con el legal y lógico ánimo de lucro, llenos de cuerpos almacenados como pucheros flotantes, chocando de continuo entre si (Goethe dixit), sin obligarles a realizar actividades gratificantes física y psíquicamente?
¿Pero cómo es posible que se desvíen tantos dineros hacia palacios de vanidad política, ya sean de congresos, museísticos o de otra índole?
¿Acaso entenderíamos que un padre de familia numerosa y con el frigorífico casi vacío, optara por priorizar la compra de un televisor de plasma? Pues eso, entiendo, es lo que estamos viendo de continuo que hacen los padres, más bien padrastros de la patria: promocionar lo superfluo, mientras hacen añicos el presupuesto municipal, cuando todavía quedan tantos y tantos huecos sociales por cubrir.
Finalmente, ¿pero cómo no pensamos todos en las grandes necesidades existentes en la tercera edad? Resolviéndolas, aunque sólo fuera en gran parte, saldaríamos una deuda histórica, de verdad y no como la otra, hacia nuestros mayores que crecieron acuciados por la escasez y las preocupaciones y así continuarán, sino sabemos remediarlo, dadas sus míseras pensiones en muchos casos, tan lejanas de los abusivos precios de las residencias más elitistas?

PD: Escribo todo lo anterior a petición previa de mi amiga Ginesa, ya finalmente feliz y hasta un poco más rellenita, tras haber encontrado, gracias a Dios, una residencia humanizada y de relación calidad/precio más que razonable.


Luis Manuel Aranda
Médico-Otorrino

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