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Iniquidades
INIQUIDADES
Diario del Altoaragón
12-dcbre-2.001
Terribles cosas pasan
diariamente en nuestro país, provocadas casi siempre por hombres que se habían
unido en pareja, pensando como muchos negros en África que la mujer debería de
ser algo así como su tractor. La lamentable filosofía hija tanto de la falta de
sensibilidad, educación y de la prepotencia masculina tan comunes por estos
lares.
Todos sus vecinos y
amigos lo veían venir; percibían la incubación de la futura tragedia cuando aquél
individuo, en el bar de la esquina y viendo por la tv. el asesinato de una
pobre mujer a manos de su esposo, siempre mascullaba lo mismo…”algo la habría
hecho, nadie mata a nadie porque sí”, mientras se quedaba tan pancho ante el
exabrupto, como liberado con cara de justiciero y como con deseos de
justificarlo todo, puesto que estaba padeciendo un parecido calvario.
Y es que había pasado
de tener una vida normalita, de aquellas de ir tirando, a ser un desgraciado
marido de vida triste y llena de celos hacía sus hijos, amantes únicamente del
cariño y de las atenciones de su madre. De celos y de envidia hacía aquella
pobre mujer de hierro que siempre acababa por resolver y salir adelante en los
momentos más negros de la familia.
Por todo ello, hacía
años que había decidido acabar rindiéndose ante la avalancha de impertinencias
lanzadas en su contra al menor pretexto. Tenía conciencia de haber perdido los
papeles, en suma, pasando de ser un convidado en la casa materna a ser algo así
como una esponja diariamente empapada por el continuado goteo de desdén e
infravaloración ajenas. Sintiéndose siempre como un mandao, él, que tan
flamenco había sido durante el noviazgo y los primeros años de su matrimonio.
Años que , sin duda
alguna, añoraba todos los días, ahora que solo pensaba en sobrevivir, rodeado
de tanta iniquidad, de tanto maltrato psíquico y acoso moral permanente por una
esposa en continuada perorata…
---Tu te callas,
Honorato, que no dices más que tonterías.
---Ni sabes cocinar,
ni limpiar, ni nada de nada. Vamos, que eres un desastre, como tu padre.
---Saca al perro,
anda, que ya te lo he dicho tres veces, ¿es que no me has oído?, ¿estás sordo o
qué?.
---Oye, y el sagrado
sacramento del matrimonio, ese, ese, me lo vas administrar cuando yo diga ¿vale?.
La perversa y
cercenadora convivencia de su cruel día a día y el persistente goteo que que
acabó, como comprenderán, por destruir a nuestro personaje y que amargó y
corroyó su existencia, convirtiéndolo en un hombre menguado, transido, en un
alma en pena, deshecho en lo más profundo de su clásica hombría de mando, copa
y puro. Y ya sabemos que el odio suele triunfar allá donde no puede triunfar el
amor; por eso, porque él tenía oído que donde no se encuentra amor se ha de
pasar de largo, harto ya de no ser querido, lo único por lo que decía merecía
la pena vivir, decidió acabar con todo, ya que su convivencia matrimonial había
dejado desde hacía tiempo de cimentarse sobre una ilusión compartida, como en
el resto de los mortales.
Se había quedado sin
fuerzas, mejor dicho, solo le quedaba fuerza física y mucha neurosis obsesiva,
huérfano ya de su antigua autoestima y fuerza moral alguna. Así de mal se
encontraba cuando, ahogando sus penas en el bar de siempre, y con lágrimas en
los ojos, un amigo de infancia y tapeo, a los únicos que pueden hacerse
confidencias parecidas, le confesó que su mujer le había pegado. Y eso, era ya
lo único que le quedaba admitir como posible hasta perder la última y pequeña
dignidad que creía aún conservar. La gota de agua que había colmado su ya
llenado vaso y que le impelió a lanzarse al profundo e indulgente pozo, capaz
allá, en su pueblo de Andalucía, fde paliar tanto tanto la sed del cuerpo como
la sequedad del alma.
Pero antes, decidió
hacer una cosa más…llevarse por delante a su monográfica y monotemática esposa,
como solía desdeñosamente adjetivarla en el bar de marras. Su santa, mujer
ejemplar y fuerte, como casi todas las mujeres, pero merecedora de un
escarmiento físico, según su enfebrecida mente, ya que eso, la fuerza física,
era en lo único que consideraba que era solamente en lo único que aún seguía
aventajándola.
Valga para
explicarles, si me lo permiten, una historia cualquiera de tantas y tantas
pobres gentes que viven en medio de una terrible esquizofrenia y que por tanto,
acaban sobreactuando de una forma tan autodestructiva, porque no solamente no
se sienten felices sino que encima les han hecho creer, para su mayor
sufrimiento, que la felicidad es una vecina que casi siempre vive en el piso de
arriba.
Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino
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