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Las adicciones
LAS ADICCIONES
Tener una dependencia,
llenar la cabeza de una obsesiva idea, de un sentimiento que constituya casi el
único norte de nuestra existencia, que nos guíe, es el viejo sueño de la
humanidad. Sólo así, focalizando la atención, rompemos nuestra servidumbre
cerebral más sublime, la de los circuitos del cerebro profundo y primitivo, los
causantes de la mente habitualmente
dispersa y que nos amargan la existencia porque son capaces de ponernos de continuo frente a nuestro yo
más profundo, con su correlato de miserias humanas y, por tanto, de posible
infelicidad. Por eso están aflorando ahora tantas y tantas actividades
adictivas, tanta afición tendente a invitarnos hacía la concentración mental en
alguna actividad concreta que sea anestesiante.
--- Mi
deporte, oiga, el golf., es que” engancha”, oímos decir con demasiada
frecuencia a tanto y tanto neoconverso de la adrenalina deportiva.
Y mientras, los
médicos sonreímos, porque desde siempre hemos sabido que para tener la cabeza
despejada, no ha habido nada como ventilar bien los pulmones de vez en cuando.
Por eso, muchos hemos practicado deporte , convencidos de que la felicidad no
es que pueda estar en el movimiento, pero sí que es una buena herramienta que
acerca nuestra mente al grado más aceptable de confort físico y espiritual. Que
el cerebro funciona, me enseñaron, tanto
mejor cuánto mejor lo regamos con glucosa y
abundante oxigeno. Pero nos educaron también en la ilusionada idea de
que deberíamos de crecer procurando ser mejores personas cada día y a ser
posible también, con la adicción y ambición de no tener adicciones.
Es una aburrida
obligación, sin duda, esto de la medicina preventiva, lo de anunciar las cosas
que podrían sucederse y se suceden por
el mal hábito de hacerlas no precisamente de la mejor manera posible; pero es
lo que me enseñaron y lo que he procurado transmitir constructivamente con mi
palabra y , sobre todo con mi ejemplo, tanto a mis pacientes como a mis
cuatro deportistas y queridos hijos.
Sé, también como
médico, que no hay porque pretender ser más fuerte que la enfermedad y por
tanto, tampoco, tener la insana pretensión de ser médico de lo incurable, pero si
al menos el que hay que intentar y perseguir un grado de excelencia mínimo en
la vida.
Por eso, al ver a
tanta gente abocinada, a tanto adicto caído de bruces y merecedor de lástima,
con la cabeza baja, rendidos y obligados a mirar hacía abajo por la fuerza no
del enemigo victorioso , sino por su adicción informática o virtual, se me ha
encendido la pluma,. Y es que uno, no puede evitarlo, tiene la manía de
irritarse no solamente ante las adicciones, sino ante la estupidez ajena y por
consiguiente, igual que cualquier político destronado solo piensa, con
voracidad de caníbal, en volver a su placentero y bien pagado trono oficial,
así y ahora, viendo lo que por desgracia cada día se tiene que ver, no puedo
por menos que tratar el tema, el terrible tema de las modernas adicciones.
Hemos tardado casi
quinientos años en darnos cuenta que el tabaco es un desastre, da cáncer y todo
eso, como tardamos siete siglos en darnos cuenta de la salvajada del circo
romano o de aquello posterior de quemar durante tres siglos a los políticamente
incorrectos, vía Inquisición.
Ahora, comienzan a
invadirnos terribles adicciones, que están constituyendo una auténtica
epidemia, de la que los médicos, siempre tan silenciosos, tan pendientes por no
crispar aún más a la preocupada y crispada sociedad, no acabamos de querernos
darnos cuenta y, por tanto, de hacer la pertinente denuncia social. Algo que ya
en algunos países del sudeste asiático, como en Taiwán o Corea, han calificado
de auténtica crisis sanitaria nacional.
La cosa es seria,
verán; hasta hace bien poco , cuando teníamos la ocasión de reunirnos con
familiares o amigos a comer, por ej.,la cosa se compartía. De ahí el éxito de
nuestra dieta mediterránea, tan imputable al hecho de disfrutar de una dieta
sana como al de compartir conversación, familariedad o bromas de forma empática
y relajada. Pues bien, eso se puede acabar. Ahora, cualquier hijo, conocido o
simplemente saludado, en la reunión de marras antedicha, no tendrá
inconveniente alguno en pasarse por el arco del triunfo todas las saludables y
educadas normas sociales preexistentes, y sin reflexión ni consideración alguna
al respecto, a la consideración de que la tecnología está entorpeciendo
nuestras relaciones interpersonales directas, no dudará en dejarnos de lado, tirados,
entre los juegos de si iPod, sus redes sociales, sus tuits, sus WhtsApp, , sus
actualizaciones de perfil y hasta su posible subir las consabidas fotos de la
reunión; en fin, todas las desustanciadas cosas que envuelven y llenan su
cabecita de las nuevas adicciones, mientras nosotros podemos sentir que nos
encontraríamos mucho más confortablemente estando junto a nuestro perro, que
ante esa lamentable situación “pizzled”, como dicen los ingleses: una mezcla
entre perplejidad y estado de irritación o cabreo, que nos invade cuando
estamos entre gentes que nos están hablando, pero que con el “aparatito” entre
las manos, están como con cara de pensar en otra cosa, de no estar al cien por
cien interesados por estar a nuestra vera, mientras uno, queda no solamente
pensando en su perro, sino también
atónito y apenado al considerarlo una especie de homus ibericus vulgaris
o un misache, un sin sustancia, que diría Sender; un hombre de méritos
fácilmente limpiables con papel higiénico, vamos.
Pena o vivencia simétrica
a la vivida cuando estamos oyendo a un futbolista recién importado hablando su
simulacro de español, sin pudor alguno,
y del que tenemos que adivinar las tres cuartas partes de lo que quiere
decir.
Por los años cincuenta
era cuando alguien de reconocido prestigio y talento dijo…”la marea de la
revolución tecnológica, podría cautivar, hechizar, deslumbrar y seducir al ser
humano…, en contra del pensamiento meditativo: la capacidad de reflexión , la
auténtica esencia de nuestra humanidad”.
Lo sabemos de sobra,
ahora que cuánto más distraídos estamos tenemos la certidumbre de que más
superficiales nos hemos vuelto. Y, así nos va, entre tanta y tanta Tv y
cultureta basura como nos inunda por doquier, porque “cuando el sol de la
cultura está tan bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes
sombras”, ya lo saben.
Escribo y denuncio
tratando de eludir mi responsabilidad como sanitario; que la resignación no es
ni decente ni digna y porque, ante todo lo contado, uno está acabando como
dícese que acabó la Sanchica de nuestro Quixote…”que se le fueron las aguas al
saber que su padre era gobernador”.
POSDATA: Y hay,
afortunadamente también, adicciones
constructivas y gratificantes, como la de nuestros amigos y paisanos, D.
Eduardo Naval y Sra., cuya magnífica colección de juguetes antiguos expuesta
estos días en el Centro Cultural del Matadero constituye una auténtica tormenta
emocional para los que peinamos canas. Se la recomiendo; viéndola y
disfrutándola, uno puede acabar hasta reconciliado con la sensibilidad y con el
viejo pensamiento de que el hombre aún no ha dejado de existir del todo entre
los hombres. Feliz Navidad
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