sábado, 1 de febrero de 2014

Las adicciones



LAS ADICCIONES

 


Tener una dependencia, llenar la cabeza de una obsesiva idea, de un sentimiento que constituya casi el único norte de nuestra existencia, que nos guíe, es el viejo sueño de la humanidad. Sólo así, focalizando la atención, rompemos nuestra servidumbre cerebral más sublime, la de los circuitos del cerebro profundo y primitivo, los causantes de la mente  habitualmente dispersa y que nos amargan la existencia porque son capaces  de ponernos de continuo frente a nuestro yo más profundo, con su correlato de miserias humanas y, por tanto, de posible infelicidad. Por eso están aflorando ahora tantas y tantas actividades adictivas, tanta afición tendente a invitarnos hacía la concentración mental en alguna actividad concreta que sea anestesiante.


 ---  Mi deporte, oiga, el golf., es que” engancha”, oímos decir con demasiada frecuencia a tanto y tanto neoconverso de la adrenalina deportiva.

Y mientras, los médicos sonreímos, porque desde siempre hemos sabido que para tener la cabeza despejada, no ha habido nada como ventilar bien los pulmones de vez en cuando. Por eso, muchos hemos practicado deporte , convencidos de que la felicidad no es que pueda estar en el movimiento, pero sí que es una buena herramienta que acerca nuestra mente al grado más aceptable de confort físico y espiritual. Que el cerebro funciona, me enseñaron,  tanto mejor cuánto mejor lo regamos con glucosa y  abundante oxigeno. Pero nos educaron también en la ilusionada idea de que deberíamos de crecer procurando ser mejores personas cada día y a ser posible también, con la adicción y ambición de no tener adicciones.

Es una aburrida obligación, sin duda, esto de la medicina preventiva, lo de anunciar las cosas que podrían sucederse  y se suceden por el mal hábito de hacerlas no precisamente de la mejor manera posible; pero es lo que me enseñaron y lo que he procurado transmitir constructivamente con mi palabra y , sobre todo con mi ejemplo, tanto a mis pacientes como a mis cuatro  deportistas y queridos hijos.

Sé, también como médico, que no hay porque pretender ser más fuerte que la enfermedad y por tanto, tampoco, tener la insana pretensión de ser médico de lo incurable, pero si al menos el que hay que intentar y perseguir un grado de excelencia mínimo en la vida.

Por eso, al ver a tanta gente abocinada, a tanto adicto caído de bruces y merecedor de lástima, con la cabeza baja, rendidos y obligados a mirar hacía abajo por la fuerza no del enemigo victorioso , sino por su adicción informática o virtual, se me ha encendido la pluma,. Y es que uno, no puede evitarlo, tiene la manía de irritarse no solamente ante las adicciones, sino ante la estupidez ajena y por consiguiente, igual que cualquier político destronado solo piensa, con voracidad de caníbal, en volver a su placentero y bien pagado trono oficial, así y ahora, viendo lo que por desgracia cada día se tiene que ver, no puedo por menos que tratar el tema, el terrible tema de las modernas adicciones.

Hemos tardado casi quinientos años en darnos cuenta que el tabaco es un desastre, da cáncer y todo eso, como tardamos siete siglos en darnos cuenta de la salvajada del circo romano o de aquello posterior de quemar durante tres siglos a los políticamente incorrectos, vía Inquisición.

Ahora, comienzan a invadirnos terribles adicciones, que están constituyendo una auténtica epidemia, de la que los médicos, siempre tan silenciosos, tan pendientes por no crispar aún más a la preocupada y crispada sociedad, no acabamos de querernos darnos cuenta y, por tanto, de hacer la pertinente denuncia social. Algo que ya en algunos países del sudeste asiático, como en Taiwán o Corea, han calificado de auténtica crisis sanitaria nacional.

La cosa es seria, verán; hasta hace bien poco , cuando teníamos la ocasión de reunirnos con familiares o amigos a comer, por ej.,la cosa se compartía. De ahí el éxito de nuestra dieta mediterránea, tan imputable al hecho de disfrutar de una dieta sana como al de compartir conversación, familariedad o bromas de forma empática y relajada. Pues bien, eso se puede acabar. Ahora, cualquier hijo, conocido o simplemente saludado, en la reunión de marras antedicha, no tendrá inconveniente alguno en pasarse por el arco del triunfo todas las saludables y educadas normas sociales preexistentes, y sin reflexión ni consideración alguna al respecto, a la consideración de que la tecnología está entorpeciendo nuestras relaciones interpersonales directas, no dudará en dejarnos de lado, tirados, entre los juegos de si iPod, sus redes sociales, sus tuits, sus WhtsApp, , sus actualizaciones de perfil y hasta su posible subir las consabidas fotos de la reunión; en fin, todas las desustanciadas cosas que envuelven y llenan su cabecita de las nuevas adicciones, mientras nosotros podemos sentir que nos encontraríamos mucho más confortablemente estando junto a nuestro perro, que ante esa lamentable situación “pizzled”, como dicen los ingleses: una mezcla entre perplejidad y estado de irritación o cabreo, que nos invade cuando estamos entre gentes que nos están hablando, pero que con el “aparatito” entre las manos, están como con cara de pensar en otra cosa, de no estar al cien por cien interesados por estar a nuestra vera, mientras uno, queda no solamente pensando en su perro, sino también  atónito y apenado al considerarlo una especie de homus ibericus vulgaris o un misache, un sin sustancia, que diría Sender; un hombre de méritos fácilmente limpiables con papel higiénico, vamos.

Pena o vivencia simétrica a la vivida cuando estamos oyendo a un futbolista recién importado hablando su simulacro de español, sin pudor alguno,  y del que tenemos que adivinar las tres cuartas partes de lo que quiere decir.

Por los años cincuenta era cuando alguien de reconocido prestigio y talento dijo…”la marea de la revolución tecnológica, podría cautivar, hechizar, deslumbrar y seducir al ser humano…, en contra del pensamiento meditativo: la capacidad de reflexión , la auténtica esencia de nuestra humanidad”.

Lo sabemos de sobra, ahora que cuánto más distraídos estamos tenemos la certidumbre de que más superficiales nos hemos vuelto. Y, así nos va, entre tanta y tanta Tv y cultureta basura como nos inunda por doquier, porque “cuando el sol de la cultura está tan bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes sombras”, ya lo saben.

Escribo y denuncio tratando de eludir mi responsabilidad como sanitario; que la resignación no es ni decente ni digna y porque, ante todo lo contado, uno está acabando como dícese que acabó la Sanchica de nuestro Quixote…”que se le fueron las aguas al saber que su padre era gobernador”.

POSDATA: Y hay, afortunadamente también, adicciones  constructivas y gratificantes, como la de nuestros amigos y paisanos, D. Eduardo Naval y Sra., cuya magnífica colección de juguetes antiguos expuesta estos días en el Centro Cultural del Matadero constituye una auténtica tormenta emocional para los que peinamos canas. Se la recomiendo; viéndola y disfrutándola, uno puede acabar hasta reconciliado con la sensibilidad y con el viejo pensamiento de que el hombre aún no ha dejado de existir del todo entre los hombres. Feliz Navidad

 

 


 


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