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Envejecer
ENVEJECER
Jano
26-spbre-97
Dice la ciencia que el
promedio de vida de los animales es igual a seis veces el tiempo que tardan en
llegar a la plenitud de su desarrollo sexual, por lo que deduzco que escribo
desde la claridad del mediodía del mediodía de mi vida, y lo hago antes de que
pueda caerme el anochecer de la vejez, de pronto y sin previo aviso, como suele
suceder.
La tercera edad, en la
que para muchos solamente se limita al norte con el vacío, al sur con los
recuerdos, al este con la pensión y al oeste con la salud, la Seguridad Social,
y a la que “habrá que resistir con el desdén” (Diógenes dixit), porque de no
hacerlo así, la soledad y el aburrimiento echarían raíces y sería muy
peligrosa, ya que según dicen, si el plazo normal de nuestra vida son los cien
años bien vividos, podría ocurrir que nos muriésemos antes, con el mal ejemplo
que eso supondría para los jóvenes.
Miro desde el
privilegiado púlpito de observador que como médico la vida me ha dado y
contemplo con demasiada frecuencia el naufragio desde la orilla próxima,
mientras construyo mi balsa con juncos de existencia útil y alegre familia,
para poder atravesar cuando llegue la hora mi propio Aqueronte, el rio del
dolor de Dante, antes de que el maldito espejo me indique que estoy llegando al
III acto de la función… a “la Certera Edad”.
“La época en que ya se ha comido y se mira
con tristeza comer a los demás (Balzac), en una sociedad en la que la juventud
se ejerce como si fuera una profesión, mientras se descalifica a aquello que no
es joven, porque no saben los pobrecillos lo que si saben los africanos, que es
que cuando un anciano se muere, es como si se les quemase una biblioteca y que
también, en la vejez está el mejor reservorio de inteligencia emocional, de
añeja sabiduría. Aparte de que en ella, suelen aflorar por demás, cosas muy
valiosas, tan escasas como raras en otras edades, como la parte femenina de
nuestro carácter varonil…la ternura. El reblandecimiento del corazón, en suma,
y la desaparición de los dogmatismos y rigideces.
Es en el envejecer en
donde la mujer nos da una vez más la mayor talla de su adaptación al medio,
incapaces como son ellas, en general, de recordar su edad debidamente. Por eso,
al llegar a los 29, decidieron hace siglos el tardar diez en llegar a los
treinta, a la vez que asumieron aquél epitafio famoso…”después de 80 años de
belleza, pasó directamente de la juventud a la muerte”.
España es la nación de
Europa que envejece más rápidamente y nuestra pirámide poblacional se ha
desequilibrado, y ya ni el niño ni el anciano son vistos como regalos o dones
del cielo, por lo que deberíamos de armarnos para los nuevos tiempos,
habilitando más recursos y más residencias geriátricas en las que los
animadores culturales fuesen tan respetados, cuidados y buscados como el
carasol en que sentarse.
Y en ellas, nunca
debería de despojarse al hombre de la posibilidad redentora de hacerle una
paella a sus seres queridos cuando lo visitasen, y deberíamos además fomentar
las visitas de los jóvenes, por aquello de que la juventud es contagiosa.
Ellos, a su vez, podrían hablarles de todo aquello con lo que habían aprendido
y construido los sombrajos de su vida.
Solo entonces dejaría
de ser la edad en que solo se está interesado en ayudarse a sí mismo, mientras
se podrían ir aparcando un poco las ideas de resentimiento sobre la vejez
misma, y se acabaría por asumir el concepto de envejecimiento y todo el dolor
de la conciencia por el tiempo pasado, para pensar solamente, entonces, en los
aspectos positivos que disfrutan y de que carecemos muchos de nosotros, por ej…
No tener prisa…el
principal enemigo de la alegría.
No tener vanidad de la
que hacerse cargo.
No tener que luchar
por mantener un status social, ni que deslumbrar a los demás.
No tener que ir
obligadamente a ninguna parte.
Y, sí tener pagada la
hipoteca, algunos incluso criados y hasta situados a los hijos, tras haber
conocido las dulzuras de la paternidad.
Aspectos suficientes
como para invitar al optimismo, a la satisfacción por la obra realizada y a la
lectura inteligente de la vida, convencidos, sin duda, de que la mayor parte de
sus desgracias no deberían de deberse a la vejez sino a la enfermedad.
Tendríamos por tanto
que poner los medios para conservar las actividades mentales y orgánicas hasta
el día antes de morir, sabiendo como se sabe que los seres tristes se mueren
antes y que la vejez puede retrasarse cuando el cuerpo y el espíritu siguen
trabajando. Pensando siempre que el pesimismo es un lujo que no se debería de
permitir y que solo el sabio disfruta de lo que tiene, mientras que el necio
siempre quiere tener más.
Se tratará de
conseguir el coraje necesario, llegada la hora, para poder subir a la barca de
Carón, cuando atraque a nuestro lado, con la frente bien alta.
Coraje del que hizo
gala el gran maestro Muñoz Seca en la última carta a su esposa, diciéndole poco
antes de ser fusilado…”siento proporcionarte el disgusto de esta separación”.
Luis Manuel Aranda
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