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EL MÉDICO RURAL
UN MÉDICO RURAL
Publicado en El
Heraldo de Huesca el 12-enero-1.999
Al Dr. Lascorz , médico
titular de Tolva, herido gravemente en la cabeza por un paciente psicópata
El médico de su pueblo
había sido un hombretón respetado, querido y totalmente solubilizado en el
cargo. Era maravilloso verle hacerse con la situación desde el umbral del
dormitorio de cualquier enfermo mientras liaba pausadamente su cigarro de
picadura y decía a la vez: “señora, tranquila, que la ciencia está haciendo
todo lo humanamente posible; si el paciente se ha de salvar, se salvará”.
Asombraba su
elocuencia y su extraordinaria capacidad profesional. Él, siempre decía que
solamente se le morían las personas justas. Bueno, las justas y siempre las
mejores, según rezaban los tópicos sermones responsariales de D. Pedro, el cura
párroco.
Un médico de cuerpo
cabal y de mil vidas, puesto que como todo el mundo sabía, era capaz de ponerse
enfermo ante cualquier enfermedad de sus pacientes y que se recuperaba cuando
ellos lo hacían, participando siempre de su sufrimiento. Así evitaba la rutina,
pensaba, mientras desarrollaba más su arte y su instinto, por la cuenta que le
traía.
Y aquel estudiante de
medicina que había soñado en ser como él, al acabar la carrera, allá por los
años setenta, cogió su acartonada maleta y se dirigió a un pueblo de los Montes
de Toledo, El Campillo de la Jara, en donde aún a todos los muertos los sacaban
a hombros por muy mal que lo hubieran hecho.
Llegó dispuesto a
cultivar sus propios errores y a practicar la caza, su afición favorita. Todo
un triple salto mortal sin red, eso de pasar del Hospital Provincial a Las
Hurdes toledanas, casi la selva africana.
Había leído que un
ámbito pequeño era el ideal para escrutar mejor los mil rincones patogénicos de
la vida de cada paciente y pensaba que con un poco de prestigio profesional
conseguido en base a llevar limpios los zapatos y no embriagarse, todo podía
llegar a ser sencillo.
Así es que comenzó a
ejercer en una incuriosa consulta, palideciendo y adelgazando como un
preocupado enamorado ante cada nuevo caso clínico, sin dejar de pensarni un
momento en los mil síndromes raros de la patología médica y quirúrgica que el
buen Dios le podía tener reservados para hundirlo. Hasta que a los pocos días
le llegó el primer mensaje tranquilizador de parte de su quintacolumnista, su
cobrador de igualas, que en gloria esté.
Don Nicasio, Vd.
tranquilo, que la gente está muy contenta, que eso de dar la cifra máxima y la
mínima de la tensión ha sido una cosa revolucionaria, porque todos los médicos
anteriores solo daban la máxima. Eso sí, una cosa debería de evitar, si se me
dispensa : dice el pueblo que lo ven estudiar por las noches a través de
rendijas de la ventana. Y eso, mire Vd., dicen que es malo, porque debe de ser
que no se lo sabe todo; que D. José Luis, el anterior, no estudiaba y apenas se
le moría nadie, solo los que se le ponían realmente enfermos.
Tomo nota, tío Bienvenido. Nunca, nadie más
en adelante podrá decir que me ha visto estudiar. Guardaré las formas.
Así es que al día siguiente se apresuró a
tapar las malditas rendijas e intentar descifrar las claves del nuevo estatus
social logrado: ser médico, aquella cosa casi sagrada, de orgulloso anagrama
pegado en la puerta domiciliaria y en el coche, hoy lamentablemente
desaparecidos.
A descifrar las claves
y a aplicarlas, porque se daba cuenta de que era en el pueblo un personaje
importante, como un feto valioso, el muerto de cualquier entierro o el niño de
cualquier bautizo, vamos. El centro de todas las miradas, por lo que…
-----No debería de ir
en bicicleta a la visita domiciliaria, por aquello de lo del médico pobre y el
pobre médico Hipocrático.
-----Debería de darles
el cariño que algún otro compañero les había negado, alegándoles que que
aquello no entraba en la simple cartilla de la Seguridad Social, para
administrarlo con cuentagotas y generosamente, solamente a aquellos que pagaban
una igual aparte. Caprichos de la miseria humana.
-----Debería también a
apresurarse a aprender una pazguata terminología médica, una nueva jerga que
nunca antes nadie le había enseñado. A hablar al paciente con palabras
sencillas, para hacerle entender todo lo que le pasaba, porque Marañón le había
enseñado que ese era el primer paso para curarse.
Así es que cuando se
encontraba a alguien aquejado de irrealidad, aprendió rápidamente a hacer
sutiles e inteligibles diagnósticos como aquél de …”Vd, tranquilo, que lo que
tiene es sistema nervioso”, para a continuación enseñarle a vivir y a no
desesperarse. Oyendo siempre sus explicaciones como parte casi única e integral
de la terapéutica, evitándole así las malas noticias, los picantes pimientos de
Padrón del alma, para acabar aconsejándole como en el Ayurveda( la guía hindú
de la vida)…”un paseo a primera hora de la mañana y tomar el sol”.
Y si se le ocurría
morirse. Porque había decidido rendirse o simplemente veía como Larra que la
cosa no merecía la pena, entonces, en el magro sueldo entraba el que como
médico de cabecera debería de estar allí a su lado en la hora final,
procurándole el que la boina, entre otras cosas, estuviera debidamente colocada
en la cabeza, para evitarle llegar acatarrado al otro mundo. Ayudándole así a
hacer el sublime tránsito sin mayores aspavientos, acostumbrados como estaban a
haber hecho de la continuada desdicha un miembro más de la familia durante toda
su bronca vida, un espinoso camino entre el que habían tenido que buscarse los
garbanzos de uno en uno.
Años después vendría
lo de la medicina tecnificada y de equipo, un nuevo oficio de a ocho horas
diarias, y muchas de aquellas mágicas cosas se perderían para siempre,
generándose profundos abismos en la relación médico- paciente, añoranzas tan
grandes como la mía y terribles sucesos como el acontecido el otro lamentable y
terrible día al Dr. Lascorz, al que deseo una feliz y pronta recuperación.
Y es que la moderna antipsiquiatría hace años
que dejó casi vacíos los manicomios.
Que el buen Dios nos
proteja a todos.
Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino
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