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LA BICICLETA
LA BICICLETA
Siempre estuvo asociada a la pobreza. Tan es así que por el setenta y
dos del siglo pasado era, cuando comencé a ejercer de médico rural por un
perdido pueblecito de los misérrimos montes toledanos y, porque mis venticuatro
años y falta de fondos me impedían tener coche, opté por ir en bicicleta, tanto
a todos los avisos domiciliarios como a las imprevistas urgencias, hasta que un
buen día el Sr. Jesús, el alcalde, me dijo que no les parecía bien, que era
como un insulto para los vecinos el tener a su médico “de esas maneras”, como
un cualquiera. Así es que mordiéndome la indignación y la sonrisa, guardé la
bici bajo siete llaves. Opté por vivir sin ofender la sensibilidad de aquellas
pobres gentes, mientras me iba acordando de la famosa máxima Hipocrática…”un
médico pobre, no deja de ser un pobre médico”.Que el pundonor y el amor propio,
todos lo sabemos, son los dos pilares angulares del carácter español, faltaría
más.
Pasaron los años, y en llegando a Huesca comprendí que había llegado a
la ciudad de mis ciclables sueños. En ella tenía una ciudad plana para el día a
día y todos los caminos del mundo circundantes para los fines de semana. Por
fin podría dar salida a mi congelada afición: la de poder perderme en soledad,
cuál oso pirenaico, según el sabio consejo de Sender, por esos caminos de Dios.
Luego, ya criados los hijos, vino el atravesar España desde Santiago a Valencia
y desde Sevilla a La Coruña. Fueron años muy felices, mientras consumía
kilómetros y kilómetros en pleno y delicioso reposo mental, acompañado
solamente por la música muscular .Llegué a tocar casi el cielo a golpe de
pedal, orgulloso de pasar horas y horas como una rata de laboratorio,
presionando de continuo la palanca de los pedales como gratificación necesaria.
Desde entonces, cuando veo ciclistas de gran recorrido, de
portaequipajes llenos, quedo corroído por la constante sensación de haber
poseído y perdido algo vital, aunque siempre perdure en el recuerdo aquél duro
aserto del gran Perico Delgado…”el ciclismo, un bello deporte donde todo da por
atrás, menos el jodido viento, que es el único que siempre suele dar por la
cara”.
Pero a pesar de todo, siempre he sido un amigo fiel de ella,
convencido de que a la vez que se pierde peso, se recupera la autoestima, la fe
en uno mismo y el amor por la vida. Deporte, en suma, con todo el poder
curativo de la íntima paz y el oxigeno a chorro. Que caminar en bici, pueden
creerlo, es como permanecer en un verdadero oratorio en donde todo el
ensimismamiento y todas las reflexiones tienen cabida. Es casi la visión del
mar, con algo así como poético, y con el valor añadido de predisponernos hacía
los buenos sueños. Por eso siempre me remito a ella, cuando entre los desdenes
de la vida o en la metafísica rutinaria, no encuentro respuesta a tanta y tanta
pregunta como van surgiendo y necesito entonces tomar un antidepresivo natural.
Por todo lo anterior, no quise perderme estar el pasado domingo ante
tanta y tanta ilusión. Bajé a disfrutar entre los mil doscientos ciclistas de
la Plaza de Navarra, y cuando los vi, no pude sino entrever que en la historia
funcional y feliz de Huesca va a haber un antes y un después de su
peatonalización.
Sí, porque vi a decenas y decenas de padres sensibles con sus hijos en
bici, intentando enseñarles como apartarse de Internet, por ej.,de la puñetera
y moderna navaja multiusos que podría alejarles de felicidad tan básica como
necesaria. Y vi también a jóvenes felices, marchando con seguridad,
transmitiendo y respirando optimismo, tan apartados ellos de obsesivos
teclados.
Y es que era su fiesta, la exaltación de la triunfante bici, el nuevo
signo de los tiempos, tan alejada ya de aquél estigma de pobreza y hecha ahora
icono actual de la religión de los nuevos tiempos: la del culto al cuerpo como
el bien supremo indiscutible. Más vale que nos halla llegado bien tarde que
nunca ¿no les parece?.Todo un placer de ida y vuelta y de gran valor pedagógico
por otra parte, porque en este cambiante mundo, y como nos enseña, de las pocas
cosas consistentes que van quedando, cosa que pasa en la vida misma, es que si
se dejan de dar pedales un solo día, uno acaba por caerse irremisiblemente.
Tras la salida ciclista,
me dediqué a pasear por algún carril bici y por los recién
nacidos Cosos. Les confieso que quedé, como seguramente les pasó a muchos de
Vdes. con un marcado sentimiento agridulce. Por un lado, con la dulzona
impresión de que Huesca, siguiendo una moda tan al uso en cualquier ciudad que
se quiera preciar de humanizada, por fin se había decidido valientemente a entrar
en la modernidad, aunque por otra parte, la agria, parte de sus bisoños
carriles bici pareciesen configurados por cualquier oficina experta en diseño
de atropellos, más de de sabio urbanismo y mejor configuración ciclable. ¿A que
hay que ser muy de Huesca para imaginar cuando se amputa un carril, por donde
puede uno continuar?. Terribles fallos subsanables, sin duda, más pronto que
tarde. Ya verán, ya verán, como podremos hacer, entonces sí, agradable” Cosing”
cuando dentro de unos meses, nuestra entrañable arteria principal, quede
sembrada de bancos y arbolillos y no de monegrino vacío. La calle Larios, por
ej, de Málaga, con toda su vida, va a acabar por tenerle envidia. Sería mi
sueño.
¿Se acuerdan de las protestas mil de Huesca ante el traslado de la
cárcel a Zuera, o ya más recientemente, cuando la inauguración de los
Multicines?. Pues con todo el miedo actual va pasar lo mismo. Tiempo al tiempo,
mientras disfrutamos de este barato y por fin, gran regalo de nuestro
Ayuntamiento. Tan alejado él de los inútiles, poco funcionales y costosísimos
Palacios de otros tiempos de tan triste memoria.
Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino
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